jueves, 9 de diciembre de 2010

Exámenes

Resulta que para completar el número de horas de trabajo contempladas en mi contrato, además de vigilar el examen de mi curso me han asignado un par más, para que no me aburra demasiado también en este par de semanas previas a las vacaciones en las que ya no hay clase... Ayer me tocó vigilar mi primer examen y sin duda la experiencia se merece una entrada entera sacada de todas las notas que me dio tiempo a tomar durante dos largas horas.

El examen da comienzo y todo lo que yo tengo que hacer es pasearme por la clase, no tanto para buscar a personas que intenten copiar sino más bien para evitar que se atrevan a hacerlo por mi simple presencia. Pero a los cinco minutos ya estoy más que harta de mi labor, así que como buena observadora que me considero -y como probablemente todos los profesores siempre hicieron con nosotros- empiezo a fijarme detenidamente en los alumnos.

El sonido constante del sorber de los mocos de los alumnos resulta un poco molesto. Desde mi posición en la pizarra -como ya comenté en la anterior entrada- soy capaz de verlo todo, así que lo primero que me llama la atención es que tan solo 15 minutos después del comienzo del examen empiezo a ser capaz de diferenciar qué alumnos han estudiado y saben lo que están escribiendo y cuáles no. Y también dependiendo de la postura que adoptan en la silla, puedo saber si esa pregunta se la saben o no.

En mis paseitos por los pasillos empiezo a fijarme en la escritura: un total de 37 alumnos y 3 de ellos son zurdos; maneras muy diferentes de coger el bolígrafo -solo una persona escribe con lápiz, dejando ver así su gran inseguridad-; y sobre todo me llama la atención que al observar la caligrafía de los alumnos y después mirarlos a ellos siempre pensaba «totalmente». Desde letras redonditas, pequeñas y juntas, hasta letras alargadas, de trazos rectos y bastante separadas. Por descabellado que parezca, nuestra cara, gestos y forma de las manos suelen casar con un estilo de letra en particular.

También me toca escoltar a dos personas al baño, lo cual si lo piensas bien, es estúpido. Quien tenga la chuleta guardada en el bolsillo solo tiene que esperar a estar dentro del baño para sacarla. Y el tema de más o menos tiempo pues con simular que haces cosas mayores ya tienes coartada…

Y vuelta a la vigilancia, trabajo aburrido donde los haya. Vuelvo a mi labor de observadora, y esta vez empiezo a fijarme en los atuendos de los alumnos, en el color del pelo y el peinado -una de las chicas con unas raíces merdellonas a más no poder- y en los piercings y tatuajes a la vista -curiosos algunos…-. También me sorprende que estos yankis se llevan el maldito café y el correspondiente picoteo hasta  a los exámenes; me gustaría ver a mí a un profesor de universidad en España deja entrar a alguien a un examen con un café y unas magdalenas.

Mis cálculos no fallan, a la hora, esos dos alumnos que en un principio sospeché que no habían estudiado ya entregan su examen y se marchan. Pero también en los demás empiezan a dejarse ver los bostezos, estiramientos, suspiros, rascadas de cabeza, gestos de desesperación, espacios en las hojas por si la inspiración llega más tarde y miradas perdidas hacia compañeros en busca de consuelo o hacia el techo en busca de ayuda divina. Y es que cuando ya se han agotado los conocimientos adquiridos con el estudio, algunas se entretienen hasta en buscar indicios de picotazos en sus maravillosas uñas con manicura. Eso sí, al menos me consuela ver que uno de los alumnos que también está en mi clase de español no deja de escribir -supongo que porque me hace pensar que si ha estudiado para este también lo hará para el mío-.

En mi búsqueda de chuletas o intenciones por echar un vistazo más allá del papel que tienen delante siempre paso por alto al señor mayor que tengo en el bando izquierdo, por el simple razonamiento de que si ese señor a esa edad ha decidido volver a estudiar es porque realmente le interesa hacerlo y no porque necesite aprobar para que le den un título para intentar conseguir un trabajo -o al menos así debería ser por lógica…-.

Yo también bostezo, pero lo mío es de aburrimiento. Me dedico incluso a clasificar las diferentes posturas en la silla relacionadas con el nivel de conocimiento (siempre que se esté escribiendo, porque sino está claro que no se tiene ni idea):
-completamente recostado = «recuerdo haber visto este tema en los apuntes, pero lo eliminé de la selección de los que me estudiaría. Me lo inventaré un poco e improvisaré sobre la marcha»;
-recto o ligeramente inclinado hacia el papel = «vale, esta pregunta me la sé, no hay problema»;
-con la cara a menos de 15 centímetros del papel = «¡hostia, es verdad! ¡¡Me acabo de acordar!! ¡Escríbelo YA antes de que se te olvide!».

Volviendo a la escritura, es curioso que aunque algunos aprovechan todo el espacio y otros dejan renglones de separación, nadie pide más papel, con lo cual solo hay dos opciones: o unos inventan mucho y otros no tienen mucho que contar. Aunque hay algunos que desde el principio ya me hicieron preguntarme cómo esta pobre profesora va a poder corregir con esa letra, después de una hora y media la escritura de casi todos empieza a derivar, por el tiempo y por el desgaste. Y empiezan las exhibiciones flamencas de rotaciones de muñeca y sacudidas de mano por el cansancio de tanto escribir.

Y ya por fin, a solo 15 minutos de la hora límite, se levanta uno de los alumnos dando comienzo a la «la gran salida», esa que muchos llevaban más de media hora esperando indecisos con la mirada perdida y confiando en un golpe de suerte que nunca llega. Aunque los hay insistentes -sobre todo los que menos suelen saber-, con lo que al final quedan 6 alumnos en el aula, de los cuales solo uno ha pedido más papel y solo otro parece saber bien lo que escribe.

Sin duda, han sido dos horas en las que he disfrutado de la posición del profesor casi como si me estuviera viendo a mí misma al otro lado, hace no muchos meses, haciendo uno de los miles de exámenes a los que ya me he enfrentado, pero esta vez sin el más mínimo signo de nerviosismo. Pero me da a mí la impresión de que las dos horas del examen de mañana van a ser muchísimo más aburridas.

¡Muchísima suerte a todos los que tenéis exámenes!


P. D.: El invierno empieza a asomar la patita y la nieve ya sobrepasa los 3 centímetros. Tendré que aprovecharlo para echar algunas fotillos...


martes, 30 de noviembre de 2010

Al otro lado

Después de tanto, tanto, tanto estudiar, después del colegio, instituto, escuela de idiomas, universidad, máster… ¡Por fin! ¡Por fin soy yo la q está al otro lado de la clase! Y es que no os podéis imaginar cómo cambian las cosas. Porque además no es lo mismo pasar de ser estudiante universitario a ponerse frente a una clase de niños -y lo digo porque también lo he hecho-, donde una de las mayores preocupaciones es, según la edad, o que no se maten de un porrazo o que no te humillen en público, comparado con ser estudiante de universidad y pasar a ponerse, en el mismo contexto, al otro lado de la clase. Sabes que las personas que tienes frente a ti son cercanas -muy cercanas- en edad, que esperan aprender en mayor o menor medida y que tienen un criterio que no dudan en utilizar a la hora de criticar todo lo criticable, por la mera razón de sentirse más “maduros” -en cuanto a edad y lugar de estudios, básicamente- para poder hacerlo.

Y todos sabemos que es así porque lo hemos hecho, sobre todo en los primeros años. Notitas que circulan por todo el aula; comentarios por lo bajini sobre lo aburrido que es el tema o el profesor -o sobre la falda tan corta que lleva la furcia de la clase, cualquier cosa es válida…; comentarios no tan por lo bajini porque a veces se olvida uno de controlar el volumen; el mensajito del móvil debajo de la mesa -que siempre parecía suficiente camuflaje…; los dibujitos a los márgenes del libro y los apuntes, signo claro de aburrimiento, “alobaera” o enamoramiento; y por último, pero no por ello menos importante, las famosas risitas seguidas de la indignate pregunta del profesor “¿qué es tan gracioso?”, que sí, son producto de los comentarios por lo bajini, pero creedme, son mucho más dañinas.

A pesar de toda la sabiduría y el coraje juvenil del que nos creíamos poseedores, debo confesaros algo sobre una de las mayores leyendas urbanas del mundo de la educación: cada vez que un profesor dice “desde aquí lo veo todo”, ¡es verdad! Todo, absolutamente todo. Desde los tímidos solitarios de las esquinas de las filas traseras vacías, hasta las empollonas enteradillas de turno de las filas delanteras. Todo. Parece como si el campo de visión se acoplara para abarcar todo el área de la clase y un sexto sentido de alerta se activara en tu cerebro. Por otro lado, un sentimiento de constante evaluación te invade al cruzar la puerta de la clase; pero el secreto para superar ese sentimiento es muy fácil, hay que estar académicamente formado y saber todo aquello que necesitas saber sobre tu materia -problemas psicológicos sobre  hablar en público y ese tipo de cosas aparte-. Es entonces cuando esas amenazantes miradas de evaluación sedientas de fallos y errores de cualquier tipo por parte del docente se convierten en pobres miradas de ignorancia, que pregunta tras pregunta demuestran su ansia y necesidad -ya que tienen que aprobar- por la sabiduría que contienen tus respuestas. [Risa malvada :D]
Sin embargo, hay que decir a favor de los “niños” de primero, que también están influidos por un factor social común a todas las culturas: el poder que proporciona una gran masa de personas como herramienta de camuflaje y protección.

Y es que yo doy uno de los cursos de primer año, pero también he tenido los seminarios de dos cursos más avanzados que sin duda son otro cantar. Cierto es que el interés sobre la asignatura de los alumnos de cursos más avanzados es mayor que el de los de primero, pero también se aprecia el cambio de edad, la experiencia universitaria y la vulnerabilidad de estar en un grupo reducido.

Con el paso de las clases, la mayoría de los alumnos de los seminarios bajan sus muros de defensa y acaban sintiéndose más cercanos a ti, confiando en tu palabra y realmente admirando tu trabajo. Han asistido a películas fuera de horario lectivo, han venido a las horas de oficina, han presentado trabajos más que buenos e incluso han confiado en mí para desahogarse y criticar ciertas cosas de otros profesores. La semana pasada acabaron todos los seminarios, y para “celebrarlo” a los del curso más alto les preparé un juego similar al trivial enfocado a lo que ya habíamos visto durante el semestre y lo que deberían saber sobre lo que llamamos “culturilla general”. Y sin el más mínimo ánimo de echarme flores, tengo que decir que fue un éxito. Los alumnos disfrutaron, aprendieron y reconocieron mi trabajo. Recibí más de un “gracias”, cosa que en muy, muy pocas ocasiones he dado yo siendo alumna. Incluso uno de mis alumnos me dio un abrazado de despedida. Y esas cosas a una le llegan.

Es por eso que me he dado cuenta de que por primera vez en mi vida estoy viviendo para trabajar en vez de trabajar para vivir, porque aquí cada vez que entro en clase se me dibuja una sonrisa en la cara, se me olvida todo lo demás y me sumerjo en el ambiente de disfrute que se crea durante los 50 minutos que dura la clase.
Sin duda, espero encontrar algún día el lugar donde pueda disfrutar tanto o más de mi trabajo sin vivir para él.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

105 días después

La tarde estaba nublada y el sol empezaba a ponerse. Un día cualquiera en un pueblo cualquiera. Emprendíamos la vuelta a casa entre risas y cuchicheos cuando, de pronto, el sosiego del momento se vio perturbado por el agudo sonar de las sirenas.
-¿Son esos los bomberos? -Murmuré extrañada-.

Aceleramos el paso hasta llegar al lugar donde empezaba a concentrarse la multitud. Sin embargo, la escena se mostraba extraña. La gente permanecía en relativo silencio, aun con rostros de inquietud e incertidumbre; el objeto del alboroto no parecía estar a la vista; y los bomberos no parecían bomberos. Ni humo, ni gritos, ni llantos…

El inmenso vehículo cortaba toda la calle, pero no parecía resultar un problema, pues todo permanecía estático. La gente, el tráfico, el viento, incluso la puesta de sol parecía haber decelerado. Los únicos que conservaban su veloz movimiento eran los operarios vestidos de negro que bajaban de aquello que, definitivamente, no era un coche de bomberos.
Se dirigían hacia unos de los pasadizos que unía una bocacalle principal con la plaza central de un grupo de edificios, pero resultaba imposible avistar nada de lo que ocurría dentro. Parecía como si la mismísima oscuridad de las tinieblas hubiera teñido el interior de aquel pasadizo.

Mi abuelo se encontraba a mi lado, contemplando la situación con la misma perplejidad y vacilación que el resto de los transeúntes. Al fin, desde nuestra posición pude alcanzar a ver los únicos instrumentos de los que pretendían servirse aquellos hombres de negro. Tubos metálicos con forma de cápsula, no muy alargados y del tamaño adecuado para poder llevarlos bajo el brazo. Y en medio del contraste de velocidades mis ojos diferenciaron algo que destacaba sobre el color metalizado: una señal de aspas negras sobre un fondo amarillo. Al unísono, una voz cercana procedente de entre la multitud materializó con palabras mi propio pensamiento.
-¡La señal de peligro radiactivo!

Como si de una película se tratara, mi vista se nubló para dejar paso al flash de una imagen en mi cabeza en la que un objeto blanco y ovalado caía de las manos de un par de chiquillos, desprendiendo a su vez un intenso color verdoso. Al volver en mí, mi mirada se clavó en el extremo opuesto de la inquieta multitud. Eran mi madre y mi abuela, que igualmente curiosas por el sonido de las sirenas, se habían acercado hasta el lugar. Ambas estaban de puntillas, intentando sortear al corpulento hombre cuyo cuerpo les impedía alcanzar a ver lo que estaba pasando.

En aquel momento, todo el escenario pareció recobrar la velocidad que había perdido minutos antes. Mi mirada fija. De repente, aquel hombre de cabeza rapada y camiseta blanca que se encontraba justo delante de ellas se desplomó sobre el asfalto. En su cabeza comenzó a abrirse, de punta a punta, una brecha que dejaba al descubierto el sangriento cráneo, al mismo tiempo que el tronco se incorporaba y levantaba la cabeza, dejando ver la mirada que finalmente desvelaría la trama.

Y entonces, entre el caos que comenzaba a detonar en aquel preciso instante, la escena volvió a congelarse, mientras mi cerebro llevaba a cabo, en cuestión de décimas de segundo, el razonamiento necesario.

-Corre. Ambas están demasiado cerca de él y no podrás llegar a tiempo. Agarra a tu abuelo y corre. No, no será capaz de alcanzar el ritmo. Los abuelos al menos ya han vivido. A tu madre no la puedes dejar. Tienes que llegar. Como sea. Corre.








¡DESPIERTA!


¡¿En serio, Paloma?! ¡¿En serio?! ¡¿Zombis?! ¡¿Habrá cosas siniestras con las que soñar que sean más de tu interés que los zombis?! ¡¡¿Y justo después de haberte tragado Aladdin en vez de Resident Evil?!! Esto solo lleva a dos conclusiones claras:
1. Todo es culpa de Rafa porque a mí siempre me han parecido un poco patéticos los zombis, pero es que a él le encantan y se sabe la Guía de supervivencia zombi casi de memoria. Además, siempre anda diciéndome que la caseta sería un lugar ideal para refugiarse en caso de invasión…
2. Mi vida real proporciona tan poca acción a mi cerebro que el pobre se está enganchando a la acción que ofrecen las pesadillas cual drogata al jaco.


P. D.: Y no, la pesadilla no es la parte de que haya zombis, es la parte del razonamiento mental, que para algo es la última escena (todos sabemos que las pesadillas siempre culminan en el momento de mayor tensión). Pobres abuelos…

lunes, 15 de noviembre de 2010

El baúl de los recuerdos

De nuevo, por coincidencias de la vida -que son en el fondo las que hacen girar, la gran mayoría del tiempo, el engranaje que mueve este mundo-, esta semana ha estado llena de recuerdos.

No sé si ya lo he comentado, pero tengo grupos de alumnos con los que me llevo especialmente bien, y con los que a raíz de las cosas más sencillas surgen conversaciones la mar de interesantes y pintorescas. Sin ir más lejos el viernes, en uno de los seminarios en los que tengo a solo cinco personas, estábamos leyendo sobre Costa Rica y su fama por ser la cuna de los mejores jugadores de béisbol -si no recuerdo mal, ya conocéis mi memoria de pez-; y claro, para que vayan haciéndose con un poco de culturilla general sobre el mundo hispano, pues les expliqué que el fútbol era el deporte nacional en Argentina y España. Les puse el ejemplo de tal afición con la división general que se crea en el país cuando se juega un derbi Real Madrid-Barcelona, que seas del equipo que seas, a uno de los dos tienes que apoyar en tan señalada ocasión. Y es que mis alumnos no son cotillas, ¿sabéis? Así que les faltó tiempo para preguntarme que a cuál apoyaba yo; porque además una de las chicas -no recuerdo bien por qué extraña razón, puesto que es de las Bahamas- dijo que a ella le gustaba el Barça. Fue en ese momento cuando sin darme cuenta les abrí una pequeña parte de mi corazoncito a mis alumnos, y les expliqué que más que nada era por herencia de mi abuelo.

Recuerdo con todo detalle las noches en las que había partido importante, en las que mi abuelo, mi tío y los agregados de turno solían reunirse delante de una gran pantalla -grande para aquella época, claro- a seguir el partido. Cervezas, berridos, saltos, tacos, insultos… y por negativa que parezca la descripción, en el fondo era encantadora porque inspiraba pasión por un equipo. Además, mi abuelo compraba todos los días -y cuando digo “todos” es literal- el periódico, el As, por supuesto, que para algo era y sigue siendo el periódico madridista por excelencia. Como consecuencia de ello, conseguía todos los regalos del Madrid que daban con el periódico: camisetas, posters de los jugadores, un libro sobre la historia del club, un ajedrez del equipo, una cubertería con el escudo… Y como yo era la pequeña de la familia, pues siempre me llevaba todos los regalos. Las paredes las tenía empapeladas con los posters y el libro me lo sabía casi de memoria. Sin duda sé más sobre el Madrid de alrededor de los 90 con Redondo, Butragueño, Mijatovic, Suker, Roberto Carlos y aquel jovencísimo y recién estrenado Raúl que del equipo actual. Sigo conservando casi todos aquellos regalos -menos los posters, creo- y, por supuesto, no puedo ser de otro equipo porque el Madrid es “lo que mamé de chica”, ni más ni menos.

Pero aún no había terminado la semana, y qué mejor para acabarla que echar leña al fuego y avivar la llama de los recuerdos que se había vuelto a encender con aquel seminario de “cotillas” -en el mejor sentido de la palabra, que conste-. En una de estas que me pongo a zapinear, me encuentro con la película que he visto más veces en mi vida, fundadora de mi discreta pasión cinéfila: Batman. Pero no Batman, el Caballero Oscuro o similares versiones aclamadas por el público -en mi opinión- en exceso. No. Batman la orginal, la primera, la del 87, la de toda la vida… la de Tim Burton. Ese Michael Keaton que le da tal aire de misterio y frialdad a Bruce Wayne; esa Kim Basinger tan jovencita en el papel de una intrépida y sexy periodista que es capaz de conquistar el corazón de ambos protagonista y antagonista; y finalmente ese Jack Nicholson que parece que nació para el papel del Joker, con esa locura tan sádica y propia de alguien que anda con esos atuendos y cometiendo tales fechorías… Y no es mi intención menospreciar a Heath Ledger  -aunque sí que creo que su papel como el Joker está sobrevalorado debido a su fallecimiento- pero en este caso hablo más de la dirección y el enfoque de los personajes y la trama. El caso es que esta fue probablemente la primera película que vi, incluso antes de las de Disney, por la sencilla razón de que mi abuelo la tenía en cinta VHS y cada vez que iba a su casa le decía que me la pusiera porque me encantaba esa cubierta negra con únicamente el símbolo de Batman en amarillo. Y así fue como el pobre, después de tanto pedirle que me la pusiera, acabó por regalármela -sobra decir que con el mayor de los gustos y la mayor de las sonrisas de abuelo, por supuesto-.

Pensándolo detenidamente, el mecanismo de autodefensa de nuestro cuerpo es maravilloso -como él mismo en toda su totalidad-: las personas olvidamos para que el dolor se vaya con el recuerdo. Sin embargo, nuestro cerebro no está programado para hacer diferenciación entre los recuerdos dolorosos positivos y los negativos, así que acabamos olvidando incluso a seres queridos porque nos duele recordar que ya no están, o lo que es peor, que ya no volverán. Suerte que contamos con un banco de datos en el que los recuerdos están interrelacionados, y en el que los recuerdos nunca suelen ir más allá de la papelera de reciclaje, por lo que en el fondo son recuperables. Es de esta manera que somos capaces de finalmente recordar a esos seres queridos no a través del triste recuerdo de su partida, sino a través de todos los buenos recuerdos de los que forman parte.

Mi abuelo me enseñó muchas cosas. Muchas cosas almacenadas en la carpeta de los buenos recuerdos a los que por suerte siempre podré acceder. No sé qué pasa cuando nos vamos para siempre, pero sí sé que la mejor manera de hacerlo, a mi entender, es formando parte de los buenos recuerdos de la gente que se queda. Así que, para terminar, simplemente decir que espero acabar siendo parte de muchos de los buenos recuerdos de la mayoría de vosotros.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Coincidencias

Lo que son las cadenas de acontecimientos.
Resulta que hace mucho, mucho tiempo, mientras me tragaba todas esas infinitas horas de didáctica de lengua extranjera durante el Máster de Formación del Profesorado -que por cierto, a este ritmo me voy a quedar sin título por no pagar las tasas de expedición- se me ocurrió -o copié de manera inconsciente, quién sabe-, entre otras muchas actividades que -por qué no decirlo- tenían muy buena pinta, una que consistía en mostrar un trailer de una película y pedirles a los alumnos, además de respuestas a preguntas concretas sobre lo visto, que inventaran lo que pasaría durante el resto de la película y que diesen un final convincente y acorde a lo dicho anteriormente. Total, que una de mis películas cabeceras para esta actividad siempre he querido que fuera REC, por varias razones: es española y no está ambientada en la guerra civil o el franquismo; es española y al verla no te dan ganas de cortarte las venas de la pena; es española pero de terror y con una temática más o menos innovadora, a pesar de que en el fondo sea una mezcla entre El Proyecto de la Bruja de Blair, 28 Días Después y El Exorcista -lo cual a su vez es más o menos innovador- ; los diálogos no son ni filosóficos ni especialmente necesarios para entender la película, por lo que es apta para casi cualquier nivel; y finalmente, es española y los ***** americanos han hecho su correspondiente remake para sacarle dinero al asunto y vendérsela al mundo entero como producto autóctono… para variar, así que como buena española tendré que reivindicar lo que es nuestro, ¿no? Además, es una película cuyo trailer no deja ver cuál es la causa de lo que pasa en el edificio, por lo que a las mentes despiertas e imaginativas de mis alumnos les podía dejar lugar a la creatividad.

El tema es que sin quererlo ni beberlo, la profesora que es la “cabecilla” justo me ofreció hacer una actividad de mi cosecha la semana pasada, así que la cosa estaba clara. Sin embargo, he de decir que no escogí esta por la mera razón de que, como ya relaté extensamente en mi última entrada, hace apenas 2 fines de semana fue Halloween y me encontrara yo inmersa en el mundo del terror. No, lo hice porque es una de las que más me gusta de mi pequeño repertorio. Pero así son las casualidades. ¡Y objetivo conseguido! Los seminarios un éxito, con gente con argumentos desde zombis hasta guerras biológicas, y otros que sin haber visto la película dieron, sin querer, con detalles bastante específicos. Eso sí, demasiado que se lo pasaron bien en los seminarios como para también pedirles que viniesen a ver la película un viernes después de clase… ¡mis ganas! De unos 50 alumnos a los que les dije lo de la película (aunque 20 de ellos eran de primero y les dejé caer el tema por si a alguno le apetecía) solo aparecieron 10 que al menos echaron un buen rato.

Y, de nuevo, justo por casualidad -aunque en el fondo por estar en época de Halloween- me mandaron de PortAventura el jueves pasado un correo invitándome a participar en un concurso de cortos de terror en el que el primer premio es… ¡aparecer en el rodaje de REC 3! Esto… ¿es mi vida El Show de Paloma y aún no he descubierto ninguna de las cámaras o qué?
Y claro, cómo ya sabéis, estos son parajes solitarios y con bajo índice de actividad social, y además a mí estas cosas como que me gustan, oye; así que me decidí a grabar un corto. Que no es que quiera fervientemente ganar el concurso por salir en REC 3, sino que era una buena excusa para echar el fin de semana entretenida. Obviamente fue un “yo me lo guiso, yo me lo como”; pero para haberlo hecho en dos días -literalmente- y sirviéndome simplemente de una cámara, unas pilas medio gastadas, un móvil, un poco de maquillaje y la información de Internet, creo que al final no ha quedado tan mal. No es que te ponga el corazón en un puño ni mucho menos -aunque a mí, al grabarlo sola, en silencio y casi a oscuras, si que se me ponían a veces los pelillos de punta- pero no me negaréis que el padre nuestro en arameo mola mucho más que el que nos enseñaban a nosotros antaño. :D

Por último ya, y para colmo de los colmos, ayer (un día después de haber acabado y colgado el corto) encontré en uno de los miles de canales que tengo en esta tele, uno que tiene un programa nocturno en el que aparecen niños que tienen "abilidades paranormales", vamos, que ven espíritus y esas cosas por ahí rondando, hablando en plata. Y hasta casi las 4 de la mañana que me tiré delante de la caja tonta embobada con el programita. Definitivamente esta semana me ha venido la inspiración en forma de título: Una serie de siniestras coincidencias de Paloma Gutiérrez. Total, si quedó bien con un tal Lemony Snicket ¿por qué no conmigo para un hipotético siguiente corto? Je, je, je.

Así que aquí os dejo a mi pequeña criatura:



PD: Las críticas son bienvenidas, aunque a estas alturas no me servirán para mejorar el corto porque ya está mandado. Pero para la próxima. ;) ¡Ah! Y es así de corto porque no puede durar más de 1 minuto para el concurso.

martes, 2 de noviembre de 2010

Halloween

Por supuesto, no podía pasar la ocasión por alto para dedicarle una entrada a tan típica celebración americana.
Seguro que ante la pregunta «¿qué es Halloween?» (que por cierto en inglés se pronuncia con acento en la última sílaba y no en la primera) la mayoría puede echarle cara al asunto y salir airoso con una respuesta similar a «pues es una celebración originaria de América que representa la unión del mundo de los muertos y el nuestro durante la noche del 31 de octubre, y en la que la gente se disfraza de manera tenebrosa para poder salir a la calle y pasar desapercibido entre los ‘espíritus’. Además, es costumbre que los más pequeños vayan de puerta en puerta diciendo la famosa frase de ‘truco o trato’ para así recolectar la mayor cantidad de caramelos posibles». Y ojo, no estaría diciendo ninguna mentira. Sin embargo, y como viene siendo ya de costumbre, aquí está la señora aguafiestas para echar abajo todos los esquemas y dar una versión distinta de los llamados “estereotipos” que todos tenemos, en este caso, sobre la cultura yanqui.

Como muchos de vosotros sabréis, en mi personalidad desempeñan dos papeles protagonistas tanto mi lado “infantil” como mi lado “oscuro” (este último en el inocente sentido de que me encanta toda la parafernalia relacionada con las películas e historias de miedo, no vayamos a crearnos ideas equívocas). Por esta misma razón, y por aquello de encontrarme en la cuna de la fiesta en cuestión, yo esperaba esta fiesta cual niño espera a que pase la infinita noche del 5 de enero para abrir sus regalos de reyes por la mañana… ¡Con impaciencia y mucha, mucha ilusión!

Pero ay, ¡qué ilusa eres, mi niña! (guiño dedicado a mis meses en Las Palmas). ¿Es que aún no has aprendido después de casi veinticuatro años que las películas NO son un reflejo fiel a la realidad? Y es que tal y como dice la Wikipedia (que aunque no se pueda incluir en los trabajos para la universidad como bibliografía por su dudosa veracidad es probablemente la enciclopedia más visitada y útil del momento) «el hecho de que esta fiesta haya llegado hasta nuestros días es, en cierta medida, gracias al enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada en el cine estadounidense. La imagen de niños norteamericanos correteando por las oscuras calles disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces y golosinas a los habitantes de un oscuro y tranquilo barrio, ha quedado grabada en la mente de muchas personas».

A mí que venga alguien y me explique por qué sigue mi calabaza de plástico llena hasta los topes de caramelos y qué pintan Jasmín, la Bella, Ariel y Blancanieves en la noche de Halloween (por no mencionar los numerosos disfraces a los cuales, personalmente, pondría en la categoría de “zorras” sin más). Porque niños a ofrecerme truco o trato vinieron contados con los dedos de una mano, literalmente: ¡4!; y gente cuyo disfraz inspirase - ni siquiera dase- algo de miedo, me parece que éramos dos en todo Guelph: el de Arabia Saudí y la de España. Claro, así después mis alumnos me tienen que explicar, como a buena extranjera, y con cara de “en qué estabas tú pensando”, que en Halloween no hay por qué disfrazarse de algo que dé miedo.

Pues está bien la cosa, ahora va a resultar que en España, por ejemplo, somos más fieles a la tradición que los propios americanos. Aunque a decir verdad, esta última afirmación me lleva a pensar en algo. No es que en España celebremos Halloween por seguir una tradición, es que en España tenemos una tradición mucho más rica que nos da la oportunidad de disfrazarnos de cualquier cosa -véanse los carnavales-; y como además nos encanta la fiesta, pues la idea de tener otro día en el que poder disfrazarnos de algo aterrorizador en especial nos ha parecido una excusa perfecta para añadir una fecha señalada más a nuestro calendario festivo. ¡Si es que somos unos golfillos fiesteros! La mayoría de ellos en paro, pero aún con alma fiestera, que para algo disfrutar de la buena compañía es gratis, hombre. :D

Eso sí, no todo ha sido negativo en esta fiesta. He descubierto que hay sitios en los que en vez de un chupito por 4,5 dólares, te dan una cerveza por solo 3,5; he bailado el “pa pa l’americano” -yo os enlazo a la original, que ya que nos ponemos cultos, nos ponemos- y diversos “temazos” de antaño; y, para que el diablo no se ría de la mentira -tal y como diría mi abuela, y nunca en mejor momento-, me lo he pasado muy bien… durante poco tiempo -porque todo cierra a las 2-, pero muy bien.



PS: Es que los mimos no somos exactamente del mundo de los muertos, así que el resto del año nos tenemos que camuflar como humanos y también depender de los bancos, ya sabéis... ;)

miércoles, 27 de octubre de 2010

Solo para amantes de la lengua

Hoy, mis queridos seguidores, ha llegado la gota que colma el vaso. A todos aquellos amantes de la lengua y de su buen uso solo les daré un consejo: no piséis América.
He de admitir que era consciente de las consecuencias de venir a este continente a enseñar español; de la misma manera que sabía que en algún momento surgiría el enfrentamiento al tener una compañera de oficina mejicana. Pero que el objeto de la discordia venga originado por una explicación contenida en el libro  de enseñanza del español es el colmo de los colmos.

No me sorprendió demasiado que cuando la gente me conociera me dijera «Ah, eres de España; ustedes hablan todo el rato con la “cecece”», a lo que, sin pelos en la lengua, tuve que responder que yo no ceceaba y que el ceceo no era una realización lingüística especialmente generalizada en el país ni mucho menos -ya que, de hecho, el seseo es más común-. Sin embargo, ha sido hoy mismo, mientras leía el libro de la clase de primero, cuando me he dado cuenta de lo que realmente quería decir la gente que me hacía tal comentario.
El libro dice, en resumidas palabras, algo así como: «Ojo: nótese que la letra “c” tiene dos sonidos diferentes. Debe leerse /k/ cuando va seguida de a, o y u; mientras que debe leerse /s/ cuando va seguida de e o i.»
Ingenua yo, ante tal descabellada afirmación, he ido a comentarle a mi compañera la mejicana la burrada que acababa de leer. Y que “sorpresa” la mía al tener que escuchar a una persona que se encuentra estudiando una especialidad de enseñanza del español como lengua extranjera pronunciar las palabras «es que los españoles ceceáis».

¡¡¡¿¿¿PERDÓN???!!!

Me parece completa y absolutamente indignante, denigrante e insultante que los creadores de libros de enseñanza de español y muchas de las personas que se dedican a enseñar esta lengua -¡a nivel universitario!-  ni siquiera sepan definir e identificar los distintos fenómenos que en ella ocurren. Me parece increíble que los estas personas no sepan que el seseo y el ceceo son una realización de los fonemas /s/ y /z/, respectivamente, en los lugares no correspondientes según la norma; de la misma manera que me parece patético que en vez de hablarles a los alumnos sobre la existencia de tales fenómenos -tal y como hago yo en mis clases-, simplemente se les incite, o mejor dicho, se les obligue -dado que no se les da otra opción- a hablar con una de esas realizaciones predeterminadas -véase seseando-. Y esto lo opino no como mera hablante nativa del idioma en cuestión, sino como traductora con un máster en enseñanza y medio lingüísta podríamos decir, gracias a los 18 creditazos de Lingüística General en la que sí o sí tienes que saber de lo que estás hablando para aprobar.
Hay una diferencia entre adquirir, de manera “natural” a través de las vivencias y experiencias, y aprender, de manera “artificial” a través del estudio específico de materias. El seseo y el ceceo son realizaciones fonéticas que se adquieren a través de la herencia lingüística de nuestra comunidad de hablantes, no algo que se aprende porque te lo enseña un profesor en la escuela. Porque vamos a ver, yo en mi jerga habitual pronuncio /tre hamone de habugo der güeno/ porque así lo he adquirido en mi entorno lingüístico malagueño, pero no por ello me enseñaban a mí mis profesores o les enseño yo a mis alumnos que la j ha de aspirarse y las eses finales han de ignorarse, por poner un ejemplo, porque a pesar de llevar a cabo esa realización a la hora de hablar, soy consciente de que en español estándar conforme a la norma se ha de pronunciar /tres jamones de jabugo del bueno/.
Sin embargo, y por lo visto, en algunos países de Sudamérica -no estoy segura si en todos- en las escuelas les enseñan a los niños pequeñitos en las clases de lengua que la s, la c y la z son letras diferentes pero tienen el mismo sonido y que simplemente tienen que aprenderse de memoria la ortografía de las palabras que las contienen.

A mí me parece estupendo que la realización generalizada en Sudamérica sea el seseo, y me parece estupendo que tengan su propio vocabulario según el país -aunque no me parezca tan estupendo que gran  parte de este, sobre todo en los países más cercanos a EEUU, lo tengan que copiar del inglés, pero con ese tema me daría para otra entrada del blog-. Lo que no logro entender es por qué la Real Academia de la Lengua Española tiene que estar tan escrupulosamente atenta a cada cambio que se produce en el habla “latina” para incluirlo en el diccionario y no dar lugar a que nos puedan acusar de “lingüísticamente racistas”, y sin embargo ellos (los que se denominan hablantes de español latino) tienen la osadía y el descaro de jactarse abiertamente de algo que ni siquiera conocen. Porque oigan ustedes, señores hablantes de español latino, esa Real Academia en la que, al igual que nosotros -los erróneamente denominados gallegos-,  ustedes también se amparan dice literalmente (especialmente apartado “b)” de la definición de la letra c):
c. 1. Tercera letra del abecedario español y del orden latino internacional. Su nombre es femenino: la ce (pl. ces).
2. Representa tres sonidos consonánticos distintos:
2.1. Cuando precede a las vocales a, o, u (casa, comer, cuerdo), va ante consonante (cráneo, acción, acné) o está en posición final de palabra (frac, vivac, chic), representa el sonido velar oclusivo sordo /k/. Este sonido lo representan también las letras k y q ( k y q). En la pronunciación esmerada debe evitarse la articulación de este sonido como interdental (Marca de incorrección.[ázto] por acto, Marca de incorrección.[baztéria] por bacteria), así como su pérdida (Marca de incorrección.[aféto] por afecto, Marca de incorrección.[deféto] por defecto) o su vocalización (Marca de incorrección.[direisión, direizión] por dirección).
2.2. Cuando precede a las vocales e, i, representa dos sonidos distintos, según las zonas:
a) En las hablas del centro, norte y este de España representa el sonido interdental fricativo sordo /z/: cena [zéna], aciago [aziágo].
b) En las hablas del suroeste peninsular español, en Canarias y en toda Hispanoamérica representa el sonido predorsal fricativo sordo /s/ (cena [séna], aciago [asiágo]). Este fenómeno recibe el nombre de «seseo» ( seseo).

seseo. 1. Consiste en pronunciar las letras c (ante e, i) y z con el sonido que corresponde a la letra s (  s, 2); así, un hablante seseante dirá [serésa] por cereza, [siérto] por cierto, [sapáto] por zapato.

ceceo. Consiste en pronunciar la letra s con un sonido similar al que corresponde a la letra z en las hablas del centro, norte y este de España ( z, 2a); así, un hablante ceceante dirá [káza] por casa, [zermón] por sermón, [perzóna] por persona.

Con esto espero haber dejado claro mi punto de vista sobre el tema y haberles dejado claro a ustedes, los latinos, que son ustedes los que llevan a cabo una realización de la c y la z diferente -ni mejor ni peor- a la norma, y que de la misma manera que nosotros aceptamos y respetamos tal realización como válida, ustedes deberían respetar con mucho más respeto -valga la redundancia- que haya lugares en los que los hablantes no se inclinen ni por una ni por otra realización, sino que se limiten a seguir la norma.
Y a quien no le guste esta realidad, que monte su propia Academia de su propia variante lingüística, pero que no engañe a los estudiantes de una lengua tan rica y preciada por muchos como es el español.


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domingo, 24 de octubre de 2010

Puesta al día

El cielo gris y la niebla muy baja; no hace demasiado frío, pero hace apenas cinco minutos que mi dibujito ha cogido el autobús hacia el aeropuerto y ya siento la falta de su calor. La cosa pinta del mismo color que el cielo…
Así que aquí he vuelto, en busca de vuestro calor, ya que a pesar de que la mayoría no deja comentarios, las estadísticas de las visitas revelan vuestra fidelidad.

Este mes, aunque corto, ha sido intenso. Viajes, cumpleaños, compras, noches cinéfilas, conversaciones y mucha, mucha reflexión.

Primero fueron las cataratas del Niágara. Sin duda, un lugar impresionante; pero no solo por la espectacularidad de las propias cataratas -las cuales, por cierto, merece muchísimo más la pena ver desde el lado canadiense dada la posición geográfica de estas-, sino también por el «semi-parque de atracciones» que tienen montado en la zona. Las calles del centro se componen de lugares para comer, tiendas para guiris, museos de cera, exposiciones tipo «el mundo de lego» o «los record guines del mundo» y muuuuchos pasajes del terror. Una pena tal contraste, la verdad, aunque en el fondo resulta incluso divertido. Lo mejor de todo fue el coche que alquilamos: un Toyota Sienna del que contra toda predicción acabé enamorándome y el cual no se vende en Europa… ¡¡¡Argggh!!! ¬¬

Después tuvimos un fin de semana típico americano: partido de los Toronto Raptors contra los Phoenix Suns (¡ganaron los Raptors!), visita express al centro de Toronto y uno de sus mayores centros comerciales en el que sigue sin merecer la pena comprar nada -ir de compras aquí es muy triste, tanto por los precios como por la moda en sí…- y al día siguiente cumple de Rafa en un restaurante como el de las películas con tarta sorpresa incluida. Cuando los niños -más aún los frikis- veáis el regalito os va a encantar. :D

Y enlazando con la última frase, también confesaré que hemos hecho logros durante los días de semana para aumentar nuestro nivel de frikismo. Nos hemos tragado las sagas de La Guerra de las Galaxias, El Señor de los Anillos, Pesadilla en Elm Street y varias pelis sueltas como si de capítulillos de Cálico se trataran. Por no mencionar casi las dos temporadas completas de Expediente X que han enganchado a Rafa.

Por último, pero no por ello peor o menos importante, un día en el mayor parque de atracciones de Canadá: Canada’s Wonderland. Los que me conocéis sabéis de mi gran afición a los parques de atracciones, y he de confesar que este ha superado mis expectativas. La gente me decía «tienes que ir, porque tiene la montaña rusa más grande de Canadá». Bueno, podría deciros simplemente que esa montaña rusa de la que tanto hablan ni siquiera fue lo mejor, pero se que algunos soy tan aficionados como yo, así que os contaré más para no dejaros con la intriga.
Yendo al grano, el parque cuenta con nada más y nada menos que 20 atracciones con un 5 sobre 5 en una escala de «emoción», y nosotros nos montamos en 18 de ellas (una de ellas estaba cerrada y la otra era igual que el «Xtreme» típico de la feria). Tuvimos la suerte de que no había mucha gente y que nunca echábamos más de 15 minutos en una cola, de no haber sido así, ni siquiera nos habría dado tiempo de montarnos en las mejores. ¡El parque es inmenso! Y no tanto en tamaño sino en número de atracciones, el mayor de todos los parque que he visitado. Inevitablemente esto tiene sus contras, pues para un parque que ni siquiera está especialmente a las afueras de una ciudad como Toronto, demasiado era ya el terreno con el que contaba para poder abarcar tantísimas atracciones como para además contar con zonas especialmente temáticas como, por ejemplo, Port Aventura. Aún así, y dado que además Halloween se encuentra a la vuelta de la esquina, tenía sus detalles temáticos merecedores de fotos que podréis ver más abajo.
Y a lo que iba, las atracciones no solo variaban la en forma del recorrido sino en la posición en la que haces los haces. Hicimos loopings sentados sin protección en los hombros, sentados con los pies en el aire, tumbados como si condujéramos el batmóvil en posición de ataque y… ¡de pie! Sí, sí, alucinante; sin duda se siente el recorrido de manera diferente. Pero la mejor atracción ha sido la Behemoth: a 125km/h con una sola barra de seguridad en tu barriga recorriendo 1.620,9 metros en 3 larguísimos minutos, llegando a una altura de 70 metros con caídas de unos 75º de ángulo… en serio, meteos en la página, echad un vistazo y no os perdáis este vídeo. A los que os gustan estas cosas, me envidiaréis un rato. :D

Y aquí seis fotillos para que visualicéis lo arriba descrito (en la quinta foto fijaos en el fondo). Espero que os gusten, aún estoy empezando a hacer mis pinitos con la nueva cámara:







A pesar de que hubiera preferido que Rafa se hubiese quedado, me alegra estar de vuelta a mi rutina del blog.

lunes, 4 de octubre de 2010

Odisea al volante

Lo se, lo se… más de una semana sin actualizar no tiene excusa. Y por eso, ante todo y sobre todo, pediros disculpas a vosotros mis preciados y fieles lectores por la tardanza. Sin embargo, como la mayoría sabréis, todo tiene una explicación. Nuestro querido dibujito –también conocido como Rafa por algunos…- ha venido a visitarme, ¡y se va a quedar un mesecito completo! Así que es probable que durante este mes de octubre actualice con un poco menos de frecuencia.

El lunes fui a recogerlo al aeropuerto de Toronto, y la palabra que mejor define mi aventura: odisea.
Todo comenzó con un golpe de suerte que me ahorró unos casi 50 dólares. Uno de mis nuevos y amables amigos canadienses se ofreció de manera completamente altruista a dejarme su coche para ir a Toronto (¡yeah!). Pero claro, como vosotros bien sabéis, la suerte y yo no nos llevamos demasiado bien, por lo que tal situación no podía durar por mucho tiempo. Nada más ver el coche… dios… ¡era automático! ¡¿Y ahora qué iba a hacer yo con mi mano derecha?! ¿Atarla al volante para evitar el impulso de mover la palanca de cambio en otra dirección que no fuera en línea recta, más allá de las posiciones “aparcar”, “marcha atrás” y “conducción”? ¡¿Y con mi pie izquierdo?! ¿Atarlo a la estructura del asiento para evitar el movimiento de embragar y no hacerle un agujero al pobre coche de tanto apretar? O incluso peor… para evitar que ante tal situación de impotencia se fuera lanzado hacia el primer pedal que encontrase (véase, el freno) y no comerme así el volante -el cual, a juzgar por los años del coche, apuesto a que ni siquiera tenía airbag-. Sin duda, os hubierais reído bastante de mí si me hubieseis visto durante las 3 primeras curvas, el semáforo y el momento de aparcar mientras pensaba “bien, bien, tranquila, no aprietes mucho el acelerador. Pie izquierdo atrás y mano al volante. Bien, bien, no está esto tan mal”. Pero vamos, que después de 10 minutos conduciendo me decidí a hacerme una pirula y todo.
Es decir, que bien. Primer obstáculo superado. Y después llegó el momento de emprender el camino hacia Toronto. He de mencionar que por supuesto había mirado la ruta en San Google Maps, pero dado que no tuve tiempo de imprimir una copia, decidí confiar en mi, normalmente, bastante buen sentido de la orientación y también en el hecho de que si incluso el mini aeropuerto de Granada tiene una señalización más que adecuada para que cualquier persona casi inepta pueda llegar hasta allí sin ningún problema, el famoso, céntrico e internacional aeropuerto de Toronto debería tener hasta señales de luces casi.
¡MAL! ¡TONTA!… no solo tuve que tragarme una caravana peor que la de por las mañanas para llegar hasta Teatinos, ¡sino que además me pasé el aeropuerto! ¡Ni una miserable señal! ¡Ni siquiera la típica vieja y descolorida escondida detrás de un arbusto! Porque además, yendo a la velocidad de los caracoles casi parados todo el rato, con la mano y el pie aburridos y con una cinta de los Beastie Boys que no se cuántas vueltas había dado ya -como ya he mencionado antes el coche es antiguo y por supuesto no tiene lector de CD- pues la verdad que no se  me pasó ni un solo cartelito de señalización. Y encima, el mapa que había en el coche mostraba una zona de la ciudad en la que había otro aeropuerto señalizado, con lo que más que ayudarme me despistó incluso más. Aún así, tuve que volver sobre lo ya recorrido, otra vez en caravana… Y por fin llegué al aeropuerto… cerca de 2 horas tarde. Con lo cual en vez de una cara sonriente y feliz de verme me encuentro con un gruñón hasta los mismísimos de esperarme -comprensible-.
Sin embargo, aunque penséis que ahí acaba la cosa, amigos míos, va a ser que no. Porque si yo soy la que siempre dice “vamos a quedarnos con el numerito y el color del donde hemos aparcado que después pasa lo que pasa”, ese día me comí mis palabras. Claro, teniendo en cuenta que cuando llegué al aeropuerto ya iba casi una hora y media tarde, yo lo único que miré al salir del coche fue la puerta por la que entrar al aeropuerto y salir pitando. Y después, al volver… ni color, ni número, ni tipo de coche, ni color de coche -es negro y viejo, qué gran ayuda…-, ni mando a distancia que haga que el coche suene o encienda los intermitentes -coches viejos…-.
No solo empezaba a invadirme el estrés de lo ocurrido hasta el momento, sino que además sabía que tenía un tiempo limitado para sacar el coche del aparcamiento porque ya habíamos pagado el ticket -12 malditos dólares-, y lo peor de todo, que el dueño del coche me estaba esperando en la universidad -la cual cierra a las 10- y tenía poco más de una hora para hacer un camino en el que a la ida había echado unas 3 horas. ¡Y encima lloviendo! Visibilidad a tope… me encanta…
Pero hubo un final feliz: corrí a la vuelta todo lo que no pude a la ida, y conseguimos llegar a la universidad a falta de 20 minutos para el cierre… ¡ufffff!

Moraleja: imprimid SIEMPRE los mapas de Google y no confiéis en que los lugares tengan señalizaciones de tráfico adecuadas.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Nostalgia musical

Es cierto que cuando uno se va de su país, sea por el tiempo que sea, echa de menos numerosas cosas: amigos, familia, aficiones, costumbres, lugares, comidas, olores como el del mar… Sin embargo, suena paradójico que viviendo en la era cuyo epicentro podríamos identificar como Internet alguien pueda sentir nostalgia por la música de su país.
Y con esto a lo que me refiero no es más ni menos que a lo que a mí me ocurre. Tanto cuando vivía en Inglaterra como ahora que me encuentro en Canadá, la cantidad de música que escuchaba y escucho en español aumenta de manera considerable.
Algunos pensarán que se trata de simple nostalgia por el propio idioma, e incluso yo llegué a pensar eso estando en Southampton, pero ahora que estoy aquí me doy cuenta de que no. Sencillamente porque aquí la cantidad de inglés y español que hablo al día están bastante igualadas. Incluso pensándolo bien, creo que a lo largo del día utilizo más mi lengua natal, ya que no solo tengo que impartir los seminarios completamente en español, sino que además muchos de mis compañeros también son de procedencia hispana. Por no mencionar que una vez que llego a casa toda la comunicación que tengo a  través de Msn o Skype vuelve a ser en español.

La verdad es que después de mucho pensarlo, creo que en realidad todo tiene un origen relacionado con las raíces de cada persona.
Cuando te mudas al extranjero, es difícil evitar que todo cambie. Hay que acostumbrarse sí o sí al nuevo hábitat en el que nos movemos –a no ser que te encuentres con la típica comunidad de hispanos que siempre descubre todo aquél que sale en Andaluces por el mundo en la que refugiarte y seguir comiendo paella y bailando flamenco todos los domingos…-. Total, que, por lo general, uno se acostumbra porque no le queda otra. Y es así como va formando una vida “paralela”, por así decirlo, en la que se hace con nuevos amigos, aficiones acordes a los amigos, costumbres, lugares que frecuenta, comida con los ingredientes de los que uno dispone –o se puede permitir-, olores –ya que no hay mar, nos conformaremos con el olor a naturaleza-… Pero, ¿dónde queda todo lo que éramos en aquél nuestro lugar del que nos vinimos hace apenas un mes? Pues a parte de en los amigos y la familia que, a decir verdad, poco evocan la imagen de nuestro lugar de procedencia, esas raíces se ven representadas de manera asombrosa por la música.
La música mueve a las masas, contiene mensajes e historias, evoca sentimientos, provoca a nuestra imaginación y puede ser mejor o peor, pero sin duda, la música tiene nacionalidad. Y supongo que es eso lo que me hace sentirme “como en casa” al escuchar cierta música.
Un ejemplo para aquellos a los que les ha picado el gusanillo después de leer esto: http://www.youtube.com/watch?v=hdyCgnLf7Pk

Eso sí, hay rincones que también complementan asombrosamente bien a esa música:


¡Hasta en el pueblo más perdido de Canadá!

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El que avisa no es traidor

¿En cuál de los universos paralelos puede llegar a darse la casuística en la que coinciden los tres elementos “Canadá”, “finales de septiembre” y “25º C”? Pues en el universo en el que el calentamiento global y el cambio climático no son una especulación sino una realidad… ¡¿Ah, que Walter es un científico delirante en vez del presidente?! Va a ser entonces que hablamos de nuestro propio universo ;)

Y no lo digo yo, persona recién llegada al país que podría dejarse llevar por los prejuicios y creencias populares sobre la tierra de la nieve. No, me lo dice un Canadiense que lleva más de 30 años en su país.
“Sí, hará bastante frío y verás nieve, pero no más de uno o dos días seguidos; después vuelve a llover en vez de nevar. Ya no es como antes”.
¡¿Coooooooooooooooomoooooooo?! ¡Me han timado! ¡La hoja de reclamaciones! Y aquí tiene usted mi ticket de compra, devuélvame el dinero que me vuelvo para España… Es que no hombre, estas cosas se avisan, que hubiera venido una más ligerita de equipaje. Y hubiera venido preparada, no que ando como una rastrera con las tres mismas camisetas de manga corta todos los días.
Y es que hoy al volver a casa no me he bañado con los patos en el río porque el tono verdoso tirando a marrón fétido me ha echado para atrás, que si no…

Si es que mucho cantarme la canción, mucho jactarse de mis iniciativas verdes y de mi intento por concienciar a los demás, pero –tal y como titulo esta entrada- el que avisa no es traidor. Las latentes consecuencias del impacto medioambiental empiezan a dejarse ver, así que señores, para aquellos que suelen hacer cambio de prendas de invierno y verano en sus armarios, vayan haciendo hueco para tenerlo todo a mano este año o encarguen en Ikea un armario XL para la nueva era re-calentada.

Y para terminar –ya que las dos entradas anteriores fueron bastante densas-, una brevísima observación que sigue en la línea de lo verde y la naturaleza.
Me hubiera gustado que hace un par de días hubierais estado en mi piel, el susto que me llevé… Me asomo a la ventana para ver la lluvia, y me veo una figura gris, gorda y peluda subiendo a lo alto de un árbol; y pensé “ostia, ¡un osezno! Y si está por aquí rondando solo, seguro que la madre -como cuatro veces más grande que debe ser- tiene que andar buscándolo”. Justo en el micro-segundo en el que empecé a girarme para salir corriendo a echar la cerradura de la puerta -que ya después pensándolo  en frío de poco hubiera servido contra mamá osa- mi mirada y la del animalito se cruzaron… “¡Coño! Si es el mapache de Pocahontas pero como si se hubiera comido a Pocahontas, a John Smith y al colibrí…” (suspiro de alivio).


¡¿Por qué nadie me avisó de que los mapaches, rollizos de comer basura, se paseaban casi tan a sus anchas por aquí como las ardillas?!
Una pena que no me diera tiempo a sacar la cámara... otra vez será.
 

PS: Menudo tormentazo acaba de empezar. Mirad que os lo digo... el cambio climático... ¡el cambio climático!

domingo, 19 de septiembre de 2010

Ese "fascinante" mundo llamado Universidad

Antes de venirme, cuando se lo contaba a la gente, todo el mundo decía “¡anda tía, qué suerte! ¡A Canadá a trabajar en una universidad!” Pero lo que no sabían –y en parte tampoco yo- es que esa frase no es del todo cierta. Lo que sí es verdad es que estoy en Canadá, pero ya lo de la suerte y lo de trabajar en una universidad son aspectos cuestionables.

En primer lugar, dejar claro que esta oportunidad que a mí me han ofrecido no ha sido cuestión de suerte, ha sido una mera casualidad –o en todo caso la respuesta del universo a mi constante insistencia-. Todos me preguntan “¿pero eso qué es, una beca? ¿Cómo lo has conseguido?” Pues bien, esto no es una beca. Ya no. Resulta que este puesto era el que ocupaban las personas que obtenían la beca del Lectorado del AECID, los cuales además, por cosas de la vida, me he podido enterar de que no solo cobraban un poquito más de lo que voy a cobrar yo de la universidad –sí, me bajaron el sueldo antes de venir unos $200-, sino que además recibían mensualmente una suma de 1.800€ –a modo de beca- procedente del AECID. Vaya suerte la mía, ¿no?
Volviendo al caso, la Universidad de Guelph, al verse sin convenio renovado por parte del AECID en pleno mayo, simplemente tiró de los contactos que tenía, véase, la Universidad de Málaga. Y ahí estaba yo, no precisamente por suerte, sino por insistencia cansina a la hora de pedir toda beca habida y por haber. Claro, como todas no te las conceden, en muchas te quedas de reserva; y al estar de reserva, resulta que a veces estás en el sitio y momento adecuados para aquellos que se encuentran con imprevistos como los de Guelph.
Y el resto por lo que digo que tampoco ha sido cuestión de suerte ya lo sabéis: la ausencia de convenio con la universidad tiene como resultado que yo sea, literalmente dicho en mi cara, “el conejillo de indias”, sobre todo a la hora de tratar con la Embajada y de tener claras las condiciones de “trabajo”, lo cual nos lleva al segundo punto.

En mayo cuando me enviaron el contrato a Las Palmas para que lo firmara, la idea que pude elaborarme de lo que sería mi trabajo basándome en lo que venía escrito era, por lo visto, excesivamente imaginativa. Para empezar, en mi contrato pone que esto son unas prácticas que deben formar parte de mi programa de estudios –a pesar de haber dejado claro que yo ya he finalizado todos mis estudios y he realizado las correspondientes prácticas-. Pero vamos, que a efectos esto para mí –y para la sección de inmigración- es un trabajo, tal y como dice mi “permiso de trabajo” y no mi “permiso de estudios”. Y mientras que me paguen, para mí el nombre es lo de menos –ya me encargaré yo de adornarlo a la hora de ponerlo en el currículum-.
Sin embargo, ese aspecto en principio meramente descriptivo sobre mis funciones ha tenido sus consecuencias: he tenido que pasar por varias fases de asimilación en muy poco tiempo.
Fase de total, completa y absoluta indignación: durante las dos primeras reuniones que tenemos en la universidad me entero no solo de que el mismo trabajo que voy a hacer yo lo van a hacer también estudiantes canadienses de un Máster en Estudios Latinoamericanos que tienen ciertos conocimientos de español, sino que además nuestras funciones consisten sola y exclusivamente en seguir al pie de la letra el guión que nos proporcionan los profesores para llevar a cabo las clases –las cuales solo impartimos nosotros, es decir, no podemos decir que somos profesores como tales pero nosotros somos la única persona que se planta en clase delante de los alumnos-. Y para más inri, me asignan dos clases consecutivas en horas del nivel más bajo que tienen. Así que mi primer pensamiento fue “esta gente está malgastando el dinero trayendo a una persona nativa desde tan lejos y mi Máster en Formación del Profesorado se lo pasan por el forro”. Porque además había gente no nativa a la que le habían asignado cursos superiores.
Fase “me podría haber estado calladita”: después de hablar con los compañeros, uno de los chicos no nativos al que le habían asignado los seminarios –de práctica oral principalmente- de segundo curso se puso en contacto conmigo para ver si podíamos hacer un cambio porque no se veía preparado para tanto nivel –es de entender…-. Así que tras muchos e-mails conseguí que me cambiaran una de mis clases de primero por los seminarios que él tenía de segundo. Pero claro, todo tiene sus pros y sus contras. Sí, niveles más altos y mayor realización personal; sin embargo, eso conlleva un mayor número de horas en la Universidad y una mayor preparación previa de las clases al tener diferentes niveles, y todo cobrando lo mismo. Paso de tener que ir lunes, miércoles y viernes -en total 9 horas por semana-, a tener que ir todos los días –en el coche de San Fernando- echando 12 horas y media en total por semana.
Fase conformista: pero después de unos días te acostumbras a la situación. ¡Qué remedio! Y la cosa deja de parecer tan negra para volverse grisácea. Son más horas, pero al menos me siento más útil. Además, después de hablar con una de las que imparte las clases de segundo, hemos llegado a la conclusión de que como yo no tengo el mismo contrato que los TA (asistentes de profesor = estudiantes de Máster) yo sí que puedo poner más de mi parte en las clases y modificar actividades según mi criterio. Es verdad que todo esto conlleva más trabajo, pero tampoco es que tenga yo mucho que hacer por estos lares.

Para las próximas entradas ya os iré contando las anécdotas con mis clases. Hasta ahora solo estoy impartiendo las de primero, pero ya mañana empiezo los seminarios. A ver con qué personajes me encuentro.
Solo os diré que tener tu propia oficina en la Universidad es... ¿Cómo decirlo? ¡Ah, sí! ¡La polla! :D Bueno vale, es compartida con una persona más, pero aún así es increíble.

PS: Siento el retraso, pero estoy teniendo problemas con Internet, y como es fin de semana mis caseros se han ido, así que estoy robando conexión como puedo.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Menos mini-puntos

Si bien en mi segunda entrada le concedí numerosos mini-puntos a esta ciudad al sur de Canadá por sus aspectos positivos, en esta trataré los aspectos negativos, puesto que el orden lógico en el que las personas nos relacionamos con el resto del mundo suele ser este: primero nos prendamos de lo pros, pero el tiempo nos deja ver lo contras.

Es cierto que la cantidad de verde nunca será algo negativo para mí (“Capitán planeta es nuestro héroe”), pero esto conlleva ciertas consecuencias. Las casas dotadas de tanta naturaleza a su alrededor proporcionan al inquilino una mayor intimidad y un mayor disfrute de la naturaleza; esto, desde un punto de vista urbanístico, implica la  existencia de más y más espacio entre puntos clave, lo cual tiene como claro resultado el problema que supone para un peatón que no dispone de medio de transporte propio moverse dentro de la ciudad. Creedme, te puedes llegar a ver yendo de una punta a otra por larguísimas, anchas y solitarias calles. Si no fuera por el mapa que siempre llevo encima, más de una vez me hubiera dado por perdida… Porque claro, teniendo en cuenta que el autobús cuesta 2,75 dólares el viaje, como comprenderéis me inclino por caminar hasta el infinito y más allá.

Y si el autobús os parece caro, ir a comprar al supermercado ya es una odisea. En general los precios están un pelín más al alza que, digamos, en Europa, pero dentro de límites aceptables; sin embargo, hay algunos que no es que merezca la pena comentar, sino que me traen por la calle de la amargura –y eso que en Las Palmas ya creía yo haberme curado de espanto-.
Para empezar tenemos a nuestra querida y adorada carne: el pollo, esa carne tan versátil que viene igualmente de estupenda para aquellos que están a dieta como para los que tienen el vientre suelto o para los que no se pueden permitir otra cosa; pues bien, ¡¿qué habrá hecho el pobre pollo canadiense para estar al precio del cerdo?! O incluso más caro… Porque vamos, que baje “Dios” y me explique cómo puede ser que un pollo entero del Carrefour Discount valga 1,79€/kg y aquí el kilo esté rondando ¡los 10 dólares!
Bueno, y para seguir está otro compañero de granja: la vaca. Y no es que me haya vuelto sibarita y me haya empeñado en comer carne de ternera, no, os voy a hablar de productos básicos derivados de la vaca. Por un lado la leche, a más de 1 dólar el litro la más barata, la que viene obligatoriamente en paquetes de cuatro bolsas de litro de esas que caducan como mucho en dos semanas –maravillosísimo eso para los que vivimos solos-. Son como aquellas que mi madre compraba antaño de la marca “La Vega”, para las que además hace falta también la correspondiente jarrita para guardarla en el frigo –más gastos…-. Y es que la que viene en bricks ya mejor ni mencionarla… ¡se montan en 2 dólares y pico el litro! Claro, acostumbrada a comprar el litro a 0,50€ en España, aquí me estoy echando al zumo de naranja, qué remedio. Y por otro lado está el queso… je, el queso… ¿conocéis todos esas bolsitas de queso rayado que se pueden comprar en el Mercadona por aproximadamente 0,85€ que vienen de maravilla para casi todo? Vale, os retaría a que apostarais pero así en la distancia y leyendo como que no tiene gracia… Así que ahí va: ¡¡unos 5 malditos dólares la bolsita!! Sinceramente, he llegado a plantearme el comprarme una vaquita, total, no será por falta de espacio verde alrededor de la casa…
También están las cosas que en general están más carillas, como los cereales, las patatas fritas, el pan, los embutidos (los que hay), el atún (que viene solo en agua), las bolsas de basura (que parece que por ser de colores diferentes para reciclarlas pues ya tienen derecho a que un paquete de 40 bolsas te valga 7 dólares...), etc. Pero lo que se lleva la palma con diferencia, es el aceite de oliva –aunque era de esperar-: la última super oferta que vi decía algo así como “12 litros por $99 ¡no pierda esta oportunidad!” Eh… ¡si estuviera a tiempo también me plantaba un olivo! Pero de aquí a Navidad que es el tiempo de la recogida creo que no le da para crecer y echar aceitunas.
Así que os podéis imaginar mi cara mientras me paseo por los pasillos del super susurrando y maldiciendo en español, soltando cosas como “yaaa, dónde vassss”, “sí claro, ¿qué es de oro?”, “huy, huy, huy, ¡serán ladrones!”, “eeeh… va a ser que no te compro” y cosas por el estilo.

Dejando atrás la cesta de la compra, también me gustaría recalcar ciertos detalles sobre la ciudad. En primer lugar, y ni que decir tiene, la arquitectura no está ni a la altura de la suela de la de Europa, pero bueno, dado que tienen unos poquitos menos de años de historia pasaremos eso por alto. Pero en segundo lugar, y lo que es peor para alguien que viene acostumbrado a la socialización y al bullicio cuando es necesario, no os podéis hacer una idea de lo “americanizada” que está también Canadá (y algún listillo pensará “claro, es que Canadá es parte de América”, sí, pero ya sabéis a lo que me refiero, al sentido yanki estadounidense). Esas ciudades de las series en las que “el centro” son dos calles con comercios caseros y poco más, pues eso. Ni calle Larios ni High Street ni ningún tipo de calle central en la que pasearte por las tiendas sin la necesidad de comprarte nada, por el simple placer de darte una vuelta por la calle y disfrutar de la compañía anónima del resto de los ciudadanos. Pues no señores, aquí si vienes solo, que te vayan dando también solo.
Y encima me dicen que Guelph es de las mejores ciudades en ese sentido de toda Canadá, que por lo menos tiene un centro comercial (el cual aún no he pisado)…

El caso es que a todo se le ve su lado oscuro después de un rato de observación. Pero dada la extensión de la entrada –qué casualidad que la que recalca cosas negativas es la más larga-, si habéis llegado hasta aquí leyendo, os merecéis un descanso, así que creo que lo dejaré por hoy y me reservaré para la siguiente los vaivenes con la universidad.



PS: A veces hace falta saber que la gente te lee para seguir manteniendo el interés por postear. Así que gracias, Hugo, por tus comentarios demandantes :D