lunes, 4 de octubre de 2010

Odisea al volante

Lo se, lo se… más de una semana sin actualizar no tiene excusa. Y por eso, ante todo y sobre todo, pediros disculpas a vosotros mis preciados y fieles lectores por la tardanza. Sin embargo, como la mayoría sabréis, todo tiene una explicación. Nuestro querido dibujito –también conocido como Rafa por algunos…- ha venido a visitarme, ¡y se va a quedar un mesecito completo! Así que es probable que durante este mes de octubre actualice con un poco menos de frecuencia.

El lunes fui a recogerlo al aeropuerto de Toronto, y la palabra que mejor define mi aventura: odisea.
Todo comenzó con un golpe de suerte que me ahorró unos casi 50 dólares. Uno de mis nuevos y amables amigos canadienses se ofreció de manera completamente altruista a dejarme su coche para ir a Toronto (¡yeah!). Pero claro, como vosotros bien sabéis, la suerte y yo no nos llevamos demasiado bien, por lo que tal situación no podía durar por mucho tiempo. Nada más ver el coche… dios… ¡era automático! ¡¿Y ahora qué iba a hacer yo con mi mano derecha?! ¿Atarla al volante para evitar el impulso de mover la palanca de cambio en otra dirección que no fuera en línea recta, más allá de las posiciones “aparcar”, “marcha atrás” y “conducción”? ¡¿Y con mi pie izquierdo?! ¿Atarlo a la estructura del asiento para evitar el movimiento de embragar y no hacerle un agujero al pobre coche de tanto apretar? O incluso peor… para evitar que ante tal situación de impotencia se fuera lanzado hacia el primer pedal que encontrase (véase, el freno) y no comerme así el volante -el cual, a juzgar por los años del coche, apuesto a que ni siquiera tenía airbag-. Sin duda, os hubierais reído bastante de mí si me hubieseis visto durante las 3 primeras curvas, el semáforo y el momento de aparcar mientras pensaba “bien, bien, tranquila, no aprietes mucho el acelerador. Pie izquierdo atrás y mano al volante. Bien, bien, no está esto tan mal”. Pero vamos, que después de 10 minutos conduciendo me decidí a hacerme una pirula y todo.
Es decir, que bien. Primer obstáculo superado. Y después llegó el momento de emprender el camino hacia Toronto. He de mencionar que por supuesto había mirado la ruta en San Google Maps, pero dado que no tuve tiempo de imprimir una copia, decidí confiar en mi, normalmente, bastante buen sentido de la orientación y también en el hecho de que si incluso el mini aeropuerto de Granada tiene una señalización más que adecuada para que cualquier persona casi inepta pueda llegar hasta allí sin ningún problema, el famoso, céntrico e internacional aeropuerto de Toronto debería tener hasta señales de luces casi.
¡MAL! ¡TONTA!… no solo tuve que tragarme una caravana peor que la de por las mañanas para llegar hasta Teatinos, ¡sino que además me pasé el aeropuerto! ¡Ni una miserable señal! ¡Ni siquiera la típica vieja y descolorida escondida detrás de un arbusto! Porque además, yendo a la velocidad de los caracoles casi parados todo el rato, con la mano y el pie aburridos y con una cinta de los Beastie Boys que no se cuántas vueltas había dado ya -como ya he mencionado antes el coche es antiguo y por supuesto no tiene lector de CD- pues la verdad que no se  me pasó ni un solo cartelito de señalización. Y encima, el mapa que había en el coche mostraba una zona de la ciudad en la que había otro aeropuerto señalizado, con lo que más que ayudarme me despistó incluso más. Aún así, tuve que volver sobre lo ya recorrido, otra vez en caravana… Y por fin llegué al aeropuerto… cerca de 2 horas tarde. Con lo cual en vez de una cara sonriente y feliz de verme me encuentro con un gruñón hasta los mismísimos de esperarme -comprensible-.
Sin embargo, aunque penséis que ahí acaba la cosa, amigos míos, va a ser que no. Porque si yo soy la que siempre dice “vamos a quedarnos con el numerito y el color del donde hemos aparcado que después pasa lo que pasa”, ese día me comí mis palabras. Claro, teniendo en cuenta que cuando llegué al aeropuerto ya iba casi una hora y media tarde, yo lo único que miré al salir del coche fue la puerta por la que entrar al aeropuerto y salir pitando. Y después, al volver… ni color, ni número, ni tipo de coche, ni color de coche -es negro y viejo, qué gran ayuda…-, ni mando a distancia que haga que el coche suene o encienda los intermitentes -coches viejos…-.
No solo empezaba a invadirme el estrés de lo ocurrido hasta el momento, sino que además sabía que tenía un tiempo limitado para sacar el coche del aparcamiento porque ya habíamos pagado el ticket -12 malditos dólares-, y lo peor de todo, que el dueño del coche me estaba esperando en la universidad -la cual cierra a las 10- y tenía poco más de una hora para hacer un camino en el que a la ida había echado unas 3 horas. ¡Y encima lloviendo! Visibilidad a tope… me encanta…
Pero hubo un final feliz: corrí a la vuelta todo lo que no pude a la ida, y conseguimos llegar a la universidad a falta de 20 minutos para el cierre… ¡ufffff!

Moraleja: imprimid SIEMPRE los mapas de Google y no confiéis en que los lugares tengan señalizaciones de tráfico adecuadas.

3 comentarios:

  1. me encanta tu blog. sigue escribiendo todas tus anecdotas!! un beso

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  2. Desde que está el Rafa ahí no actualizas. Se ve que has encontrado algo mejor que perder el tiempo con el ordenador :P


    Otra razón más pa querer que se vuelva ya, muahahaha...

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  3. Jaaaaaaaaaajajajaja me meo!

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