domingo, 26 de septiembre de 2010

Nostalgia musical

Es cierto que cuando uno se va de su país, sea por el tiempo que sea, echa de menos numerosas cosas: amigos, familia, aficiones, costumbres, lugares, comidas, olores como el del mar… Sin embargo, suena paradójico que viviendo en la era cuyo epicentro podríamos identificar como Internet alguien pueda sentir nostalgia por la música de su país.
Y con esto a lo que me refiero no es más ni menos que a lo que a mí me ocurre. Tanto cuando vivía en Inglaterra como ahora que me encuentro en Canadá, la cantidad de música que escuchaba y escucho en español aumenta de manera considerable.
Algunos pensarán que se trata de simple nostalgia por el propio idioma, e incluso yo llegué a pensar eso estando en Southampton, pero ahora que estoy aquí me doy cuenta de que no. Sencillamente porque aquí la cantidad de inglés y español que hablo al día están bastante igualadas. Incluso pensándolo bien, creo que a lo largo del día utilizo más mi lengua natal, ya que no solo tengo que impartir los seminarios completamente en español, sino que además muchos de mis compañeros también son de procedencia hispana. Por no mencionar que una vez que llego a casa toda la comunicación que tengo a  través de Msn o Skype vuelve a ser en español.

La verdad es que después de mucho pensarlo, creo que en realidad todo tiene un origen relacionado con las raíces de cada persona.
Cuando te mudas al extranjero, es difícil evitar que todo cambie. Hay que acostumbrarse sí o sí al nuevo hábitat en el que nos movemos –a no ser que te encuentres con la típica comunidad de hispanos que siempre descubre todo aquél que sale en Andaluces por el mundo en la que refugiarte y seguir comiendo paella y bailando flamenco todos los domingos…-. Total, que, por lo general, uno se acostumbra porque no le queda otra. Y es así como va formando una vida “paralela”, por así decirlo, en la que se hace con nuevos amigos, aficiones acordes a los amigos, costumbres, lugares que frecuenta, comida con los ingredientes de los que uno dispone –o se puede permitir-, olores –ya que no hay mar, nos conformaremos con el olor a naturaleza-… Pero, ¿dónde queda todo lo que éramos en aquél nuestro lugar del que nos vinimos hace apenas un mes? Pues a parte de en los amigos y la familia que, a decir verdad, poco evocan la imagen de nuestro lugar de procedencia, esas raíces se ven representadas de manera asombrosa por la música.
La música mueve a las masas, contiene mensajes e historias, evoca sentimientos, provoca a nuestra imaginación y puede ser mejor o peor, pero sin duda, la música tiene nacionalidad. Y supongo que es eso lo que me hace sentirme “como en casa” al escuchar cierta música.
Un ejemplo para aquellos a los que les ha picado el gusanillo después de leer esto: http://www.youtube.com/watch?v=hdyCgnLf7Pk

Eso sí, hay rincones que también complementan asombrosamente bien a esa música:


¡Hasta en el pueblo más perdido de Canadá!

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El que avisa no es traidor

¿En cuál de los universos paralelos puede llegar a darse la casuística en la que coinciden los tres elementos “Canadá”, “finales de septiembre” y “25º C”? Pues en el universo en el que el calentamiento global y el cambio climático no son una especulación sino una realidad… ¡¿Ah, que Walter es un científico delirante en vez del presidente?! Va a ser entonces que hablamos de nuestro propio universo ;)

Y no lo digo yo, persona recién llegada al país que podría dejarse llevar por los prejuicios y creencias populares sobre la tierra de la nieve. No, me lo dice un Canadiense que lleva más de 30 años en su país.
“Sí, hará bastante frío y verás nieve, pero no más de uno o dos días seguidos; después vuelve a llover en vez de nevar. Ya no es como antes”.
¡¿Coooooooooooooooomoooooooo?! ¡Me han timado! ¡La hoja de reclamaciones! Y aquí tiene usted mi ticket de compra, devuélvame el dinero que me vuelvo para España… Es que no hombre, estas cosas se avisan, que hubiera venido una más ligerita de equipaje. Y hubiera venido preparada, no que ando como una rastrera con las tres mismas camisetas de manga corta todos los días.
Y es que hoy al volver a casa no me he bañado con los patos en el río porque el tono verdoso tirando a marrón fétido me ha echado para atrás, que si no…

Si es que mucho cantarme la canción, mucho jactarse de mis iniciativas verdes y de mi intento por concienciar a los demás, pero –tal y como titulo esta entrada- el que avisa no es traidor. Las latentes consecuencias del impacto medioambiental empiezan a dejarse ver, así que señores, para aquellos que suelen hacer cambio de prendas de invierno y verano en sus armarios, vayan haciendo hueco para tenerlo todo a mano este año o encarguen en Ikea un armario XL para la nueva era re-calentada.

Y para terminar –ya que las dos entradas anteriores fueron bastante densas-, una brevísima observación que sigue en la línea de lo verde y la naturaleza.
Me hubiera gustado que hace un par de días hubierais estado en mi piel, el susto que me llevé… Me asomo a la ventana para ver la lluvia, y me veo una figura gris, gorda y peluda subiendo a lo alto de un árbol; y pensé “ostia, ¡un osezno! Y si está por aquí rondando solo, seguro que la madre -como cuatro veces más grande que debe ser- tiene que andar buscándolo”. Justo en el micro-segundo en el que empecé a girarme para salir corriendo a echar la cerradura de la puerta -que ya después pensándolo  en frío de poco hubiera servido contra mamá osa- mi mirada y la del animalito se cruzaron… “¡Coño! Si es el mapache de Pocahontas pero como si se hubiera comido a Pocahontas, a John Smith y al colibrí…” (suspiro de alivio).


¡¿Por qué nadie me avisó de que los mapaches, rollizos de comer basura, se paseaban casi tan a sus anchas por aquí como las ardillas?!
Una pena que no me diera tiempo a sacar la cámara... otra vez será.
 

PS: Menudo tormentazo acaba de empezar. Mirad que os lo digo... el cambio climático... ¡el cambio climático!

domingo, 19 de septiembre de 2010

Ese "fascinante" mundo llamado Universidad

Antes de venirme, cuando se lo contaba a la gente, todo el mundo decía “¡anda tía, qué suerte! ¡A Canadá a trabajar en una universidad!” Pero lo que no sabían –y en parte tampoco yo- es que esa frase no es del todo cierta. Lo que sí es verdad es que estoy en Canadá, pero ya lo de la suerte y lo de trabajar en una universidad son aspectos cuestionables.

En primer lugar, dejar claro que esta oportunidad que a mí me han ofrecido no ha sido cuestión de suerte, ha sido una mera casualidad –o en todo caso la respuesta del universo a mi constante insistencia-. Todos me preguntan “¿pero eso qué es, una beca? ¿Cómo lo has conseguido?” Pues bien, esto no es una beca. Ya no. Resulta que este puesto era el que ocupaban las personas que obtenían la beca del Lectorado del AECID, los cuales además, por cosas de la vida, me he podido enterar de que no solo cobraban un poquito más de lo que voy a cobrar yo de la universidad –sí, me bajaron el sueldo antes de venir unos $200-, sino que además recibían mensualmente una suma de 1.800€ –a modo de beca- procedente del AECID. Vaya suerte la mía, ¿no?
Volviendo al caso, la Universidad de Guelph, al verse sin convenio renovado por parte del AECID en pleno mayo, simplemente tiró de los contactos que tenía, véase, la Universidad de Málaga. Y ahí estaba yo, no precisamente por suerte, sino por insistencia cansina a la hora de pedir toda beca habida y por haber. Claro, como todas no te las conceden, en muchas te quedas de reserva; y al estar de reserva, resulta que a veces estás en el sitio y momento adecuados para aquellos que se encuentran con imprevistos como los de Guelph.
Y el resto por lo que digo que tampoco ha sido cuestión de suerte ya lo sabéis: la ausencia de convenio con la universidad tiene como resultado que yo sea, literalmente dicho en mi cara, “el conejillo de indias”, sobre todo a la hora de tratar con la Embajada y de tener claras las condiciones de “trabajo”, lo cual nos lleva al segundo punto.

En mayo cuando me enviaron el contrato a Las Palmas para que lo firmara, la idea que pude elaborarme de lo que sería mi trabajo basándome en lo que venía escrito era, por lo visto, excesivamente imaginativa. Para empezar, en mi contrato pone que esto son unas prácticas que deben formar parte de mi programa de estudios –a pesar de haber dejado claro que yo ya he finalizado todos mis estudios y he realizado las correspondientes prácticas-. Pero vamos, que a efectos esto para mí –y para la sección de inmigración- es un trabajo, tal y como dice mi “permiso de trabajo” y no mi “permiso de estudios”. Y mientras que me paguen, para mí el nombre es lo de menos –ya me encargaré yo de adornarlo a la hora de ponerlo en el currículum-.
Sin embargo, ese aspecto en principio meramente descriptivo sobre mis funciones ha tenido sus consecuencias: he tenido que pasar por varias fases de asimilación en muy poco tiempo.
Fase de total, completa y absoluta indignación: durante las dos primeras reuniones que tenemos en la universidad me entero no solo de que el mismo trabajo que voy a hacer yo lo van a hacer también estudiantes canadienses de un Máster en Estudios Latinoamericanos que tienen ciertos conocimientos de español, sino que además nuestras funciones consisten sola y exclusivamente en seguir al pie de la letra el guión que nos proporcionan los profesores para llevar a cabo las clases –las cuales solo impartimos nosotros, es decir, no podemos decir que somos profesores como tales pero nosotros somos la única persona que se planta en clase delante de los alumnos-. Y para más inri, me asignan dos clases consecutivas en horas del nivel más bajo que tienen. Así que mi primer pensamiento fue “esta gente está malgastando el dinero trayendo a una persona nativa desde tan lejos y mi Máster en Formación del Profesorado se lo pasan por el forro”. Porque además había gente no nativa a la que le habían asignado cursos superiores.
Fase “me podría haber estado calladita”: después de hablar con los compañeros, uno de los chicos no nativos al que le habían asignado los seminarios –de práctica oral principalmente- de segundo curso se puso en contacto conmigo para ver si podíamos hacer un cambio porque no se veía preparado para tanto nivel –es de entender…-. Así que tras muchos e-mails conseguí que me cambiaran una de mis clases de primero por los seminarios que él tenía de segundo. Pero claro, todo tiene sus pros y sus contras. Sí, niveles más altos y mayor realización personal; sin embargo, eso conlleva un mayor número de horas en la Universidad y una mayor preparación previa de las clases al tener diferentes niveles, y todo cobrando lo mismo. Paso de tener que ir lunes, miércoles y viernes -en total 9 horas por semana-, a tener que ir todos los días –en el coche de San Fernando- echando 12 horas y media en total por semana.
Fase conformista: pero después de unos días te acostumbras a la situación. ¡Qué remedio! Y la cosa deja de parecer tan negra para volverse grisácea. Son más horas, pero al menos me siento más útil. Además, después de hablar con una de las que imparte las clases de segundo, hemos llegado a la conclusión de que como yo no tengo el mismo contrato que los TA (asistentes de profesor = estudiantes de Máster) yo sí que puedo poner más de mi parte en las clases y modificar actividades según mi criterio. Es verdad que todo esto conlleva más trabajo, pero tampoco es que tenga yo mucho que hacer por estos lares.

Para las próximas entradas ya os iré contando las anécdotas con mis clases. Hasta ahora solo estoy impartiendo las de primero, pero ya mañana empiezo los seminarios. A ver con qué personajes me encuentro.
Solo os diré que tener tu propia oficina en la Universidad es... ¿Cómo decirlo? ¡Ah, sí! ¡La polla! :D Bueno vale, es compartida con una persona más, pero aún así es increíble.

PS: Siento el retraso, pero estoy teniendo problemas con Internet, y como es fin de semana mis caseros se han ido, así que estoy robando conexión como puedo.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Menos mini-puntos

Si bien en mi segunda entrada le concedí numerosos mini-puntos a esta ciudad al sur de Canadá por sus aspectos positivos, en esta trataré los aspectos negativos, puesto que el orden lógico en el que las personas nos relacionamos con el resto del mundo suele ser este: primero nos prendamos de lo pros, pero el tiempo nos deja ver lo contras.

Es cierto que la cantidad de verde nunca será algo negativo para mí (“Capitán planeta es nuestro héroe”), pero esto conlleva ciertas consecuencias. Las casas dotadas de tanta naturaleza a su alrededor proporcionan al inquilino una mayor intimidad y un mayor disfrute de la naturaleza; esto, desde un punto de vista urbanístico, implica la  existencia de más y más espacio entre puntos clave, lo cual tiene como claro resultado el problema que supone para un peatón que no dispone de medio de transporte propio moverse dentro de la ciudad. Creedme, te puedes llegar a ver yendo de una punta a otra por larguísimas, anchas y solitarias calles. Si no fuera por el mapa que siempre llevo encima, más de una vez me hubiera dado por perdida… Porque claro, teniendo en cuenta que el autobús cuesta 2,75 dólares el viaje, como comprenderéis me inclino por caminar hasta el infinito y más allá.

Y si el autobús os parece caro, ir a comprar al supermercado ya es una odisea. En general los precios están un pelín más al alza que, digamos, en Europa, pero dentro de límites aceptables; sin embargo, hay algunos que no es que merezca la pena comentar, sino que me traen por la calle de la amargura –y eso que en Las Palmas ya creía yo haberme curado de espanto-.
Para empezar tenemos a nuestra querida y adorada carne: el pollo, esa carne tan versátil que viene igualmente de estupenda para aquellos que están a dieta como para los que tienen el vientre suelto o para los que no se pueden permitir otra cosa; pues bien, ¡¿qué habrá hecho el pobre pollo canadiense para estar al precio del cerdo?! O incluso más caro… Porque vamos, que baje “Dios” y me explique cómo puede ser que un pollo entero del Carrefour Discount valga 1,79€/kg y aquí el kilo esté rondando ¡los 10 dólares!
Bueno, y para seguir está otro compañero de granja: la vaca. Y no es que me haya vuelto sibarita y me haya empeñado en comer carne de ternera, no, os voy a hablar de productos básicos derivados de la vaca. Por un lado la leche, a más de 1 dólar el litro la más barata, la que viene obligatoriamente en paquetes de cuatro bolsas de litro de esas que caducan como mucho en dos semanas –maravillosísimo eso para los que vivimos solos-. Son como aquellas que mi madre compraba antaño de la marca “La Vega”, para las que además hace falta también la correspondiente jarrita para guardarla en el frigo –más gastos…-. Y es que la que viene en bricks ya mejor ni mencionarla… ¡se montan en 2 dólares y pico el litro! Claro, acostumbrada a comprar el litro a 0,50€ en España, aquí me estoy echando al zumo de naranja, qué remedio. Y por otro lado está el queso… je, el queso… ¿conocéis todos esas bolsitas de queso rayado que se pueden comprar en el Mercadona por aproximadamente 0,85€ que vienen de maravilla para casi todo? Vale, os retaría a que apostarais pero así en la distancia y leyendo como que no tiene gracia… Así que ahí va: ¡¡unos 5 malditos dólares la bolsita!! Sinceramente, he llegado a plantearme el comprarme una vaquita, total, no será por falta de espacio verde alrededor de la casa…
También están las cosas que en general están más carillas, como los cereales, las patatas fritas, el pan, los embutidos (los que hay), el atún (que viene solo en agua), las bolsas de basura (que parece que por ser de colores diferentes para reciclarlas pues ya tienen derecho a que un paquete de 40 bolsas te valga 7 dólares...), etc. Pero lo que se lleva la palma con diferencia, es el aceite de oliva –aunque era de esperar-: la última super oferta que vi decía algo así como “12 litros por $99 ¡no pierda esta oportunidad!” Eh… ¡si estuviera a tiempo también me plantaba un olivo! Pero de aquí a Navidad que es el tiempo de la recogida creo que no le da para crecer y echar aceitunas.
Así que os podéis imaginar mi cara mientras me paseo por los pasillos del super susurrando y maldiciendo en español, soltando cosas como “yaaa, dónde vassss”, “sí claro, ¿qué es de oro?”, “huy, huy, huy, ¡serán ladrones!”, “eeeh… va a ser que no te compro” y cosas por el estilo.

Dejando atrás la cesta de la compra, también me gustaría recalcar ciertos detalles sobre la ciudad. En primer lugar, y ni que decir tiene, la arquitectura no está ni a la altura de la suela de la de Europa, pero bueno, dado que tienen unos poquitos menos de años de historia pasaremos eso por alto. Pero en segundo lugar, y lo que es peor para alguien que viene acostumbrado a la socialización y al bullicio cuando es necesario, no os podéis hacer una idea de lo “americanizada” que está también Canadá (y algún listillo pensará “claro, es que Canadá es parte de América”, sí, pero ya sabéis a lo que me refiero, al sentido yanki estadounidense). Esas ciudades de las series en las que “el centro” son dos calles con comercios caseros y poco más, pues eso. Ni calle Larios ni High Street ni ningún tipo de calle central en la que pasearte por las tiendas sin la necesidad de comprarte nada, por el simple placer de darte una vuelta por la calle y disfrutar de la compañía anónima del resto de los ciudadanos. Pues no señores, aquí si vienes solo, que te vayan dando también solo.
Y encima me dicen que Guelph es de las mejores ciudades en ese sentido de toda Canadá, que por lo menos tiene un centro comercial (el cual aún no he pisado)…

El caso es que a todo se le ve su lado oscuro después de un rato de observación. Pero dada la extensión de la entrada –qué casualidad que la que recalca cosas negativas es la más larga-, si habéis llegado hasta aquí leyendo, os merecéis un descanso, así que creo que lo dejaré por hoy y me reservaré para la siguiente los vaivenes con la universidad.



PS: A veces hace falta saber que la gente te lee para seguir manteniendo el interés por postear. Así que gracias, Hugo, por tus comentarios demandantes :D

martes, 7 de septiembre de 2010

Encantadora Canadá

Primeros días en esta supuestamente gélida tierra –y digo “supuestamente” por los 31º que he tenido que sufrir…- y no dejo de asombrarme a cada esquina que voy tomando.

Para empezar, la bandera canadiense en vez de blanca y roja debería ser blanca y ¡verde! Porque si una de las cosas que me maravillaba de Southampton era la abundancia de verde por todos lados, esto es digno de ver. Sin duda mejor que en las postales. Casas situadas prácticamente en medio de la naturaleza salvaje y aún en plena ciudad; el campus de la universidad más que un campus parece un campo –juego malo de palabras- como si de un jardín botánico en dimensiones abismales se tratara, pero obviamente cuidado con bastante esmero; las ardillas las dueñas de la ciudad, van y vienen a sus anchas por todos lados; y los patos, libres también a lo largo de todo el río. La única –y recalco, ÚNICA- zona en la que no hay extensiones de vegetación es en las 4 calles principales del centro. Hasta las zonas que separan unas naves de otras en los polígonos constan de césped y árboles. Un encanto a ojos de una persona acostumbrada a ver cemento y más cemento allá donde vaya.
Las casas son otra delicia. La mayoría de ellas constan de su caminito hasta la puerta estilo casa hobbit, huerto, jardín anterior, jardín posterior… por no mencionar las dimensiones… las únicas casas que he visto de una planta son las que a lo ancho ocupan el espacio de dos. Y esos pinos artificiales que compramos en España para decorar en Navidad, aquí he visto ya muchos en los jardines y la ausencia de la decoración navideña más bien parece una ilusión óptica. Lo que son las costumbres.

Por otro lado está su gente. Nunca pensé que sería posible ir a la oficina de empleo ¡y echar menos de 15 minutos allí! Sin colas, con personas amables que te sacan conversación por la simple razón de estar en el mismo lugar, con funcionarios que no solo son más que efectivos en su labor, sino que además son amables, dan conversación y están dispuestos a ayudar con cualquier duda que una “guiri” pueda plantearles. Incluso en el banco era como estar soñando: ni un minuto tuve que esperar para entrar al despacho de una amable empleada para que me abriera una cuenta. Pero claro, teniendo en cuenta que el horario laboral estándar es de 9 a 4, es comprensible que el rendimiento sea mayor y las colas menores (mini punto para Canadá).
Después tenemos a los conductores de autobús, otra cosa que me encantaba de Inglaterra. Aquí sin duda están a la altura. No solo saludan y se despiden educadamente –puesto que además la gente suele dar las gracias al bajar por el viaje-, sino que no tienen problema en decir cosas como: “Son 2,75 ¿Cuánto tienes? Ah, se acerca, se acerca, no pasa nada” o “No hombre, no te voy a hacer pagar 5 dólares por el viaje. No te preocupes, pasa, ya pagarás otra vez” (en esta última ocasión por tener solo un billete para pagar en las máquinas automáticas que no devuelven cambio).
Y por último, la gente –nótese que gente no es igual a gentuza con intenciones oscuras- te saluda amablemente por la calle, como en nuestros pueblos pero sin tirones de mejillas o preguntas comprometidas con fines “chismorreosos”. ¡Y los niños! ¡Cada vez que ven a alguien pasar saludan como locos! Al final me acabarán gustando y todo.

Y como despedida solo diré que si el paisaje sobrecoge de esta manera en verano, creo que se me va a caer la baba en cuanto empiecen a caer los primeros copos de nieve.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Viaje, llegada y contratiempos

¿Cómo empezar sin parecer brusca...? ¡Ah, sí! Utilizaré palabras políticamente correctas: incompetentes, ineptos e ignorantes. Esos son los adjetivos que mejor describen a los empleados de US Airways que trabajan en la sección de Inmigración. Después de todo el maldito calvario relacionado con la obtención del número de confirmación del permiso de trabajo (como todos bien sabéis), resulta que al llegar a facturación me dicen que como no tengo visado (cosa imposible antes de llegar a Canadá puesto que lo proporciona la sección de Inmigración del aeropuerto de Toronto) tengo que cambiar mi billete de vuelta (150€ de penalización) para no pasarme de los 6 meses porque el email que llevo impreso de la embajada con el número de confirmación no tiene ninguna firma (¡obvio, es un email!)... Solo diré dos cosas: uno, la reclamación ya está en curso; y dos, gracias Carmona por haber sido mi apoyo moral, porque a tales alturas podría haber comitido algún acto indeseable.
Después llegaron las 5 horas de espera en el aeropuerto de Philadelphia tras haber pasado por todos los debidos controles de pasaporte (no comment) con aproximadamente 15 kilos a la espalda y otros 4 en el maletín del portatil -porque sí, señores de la aerolínea, esto es una mudanza para 8 meses, no un viaje de placer en el que elegir qué modelitos me llevaré para el desayuno, la comida, el paseo de por la tarde, la cena y la posterior salida (guiño dedicado)-. Eso sí, todo sea dicho, hay que destacar que los yankis tienen fuentes de agua fresquita repartidas por todo el aeropuerto, no como la ratera Europa.
Al fin, tras un trayecto que duró desde las 6:20 de la mañana al coger (casi de milagro) el ave hasta aproximadamente las 5 de la mañana hora española, llegué a mi verdadero destino: la amable tierra de los arces. En el mismo instante en el que se cruza la frontera se puede apreciar ese famoso tópico de que los canadienses son personas abiertas y amables. Desde la policía que anda con los perros revisando las maletas, pasando por el que controla los pasaportes y la que me tramita el permiso de trabajo (¡la chica hasta me ha dado dos meses más de permiso por si quiero viajar!), hasta el simpatiquísimo señor en el stand de los Red Car (taxi que me llevaría a Guelph) y el propio conductor.
Por supuesto el camino en el taxi fue como una siesta para mí (llevaba 24 horas despierta a excepción de la hora de sueño en los asientos del aeropuerto de "Philie"). Pero finalmente... ¡voilà! Ligeramente más pequeño en comparación a las fotos pero tremendamente encantador y acogedor mi nuevo apartamento. Cocina-salón con isleta estilo completamente americano, una habitación y un cuarto de baño con un plato de ducha enorme, ¿qué más se puede pedir para una sola persona? Y lo que más me maravilló: ¡la moqueta! Dios, da gusto andar sobre ella. Eso sí, no os impacientéis, que en cuanto esté medianamente decorado todo con mis cositas y consiga una cama de verdad (duermo en un colchón inflable por lo pronto) colgaré fotos ;)

PS: Ni qué decir que mi casera, como buena canadiense, simpática y atenta, me tenía todo preparado para mi llegada. ¡Hasta mapas imprimidos de la ciudad y de los autobuses!