domingo, 1 de mayo de 2011

Road trip

Como era de esperar, en la última semana, por muy libre que la haya tenido, ni de broma he tenido tiempo de sentarme a escribir… mis intenciones eran buenas pero los compromisos -y no tan compromisos- de despedida han sido inevitables. De tal manera que ayer por la noche terminé de empaquetarlo todo a eso de las 2 de la mañana, teniendo que levantarme hoy a las 7… Espero que la única consecuencia de eso sea que me hinche de dormir en el avión.

Esta entrada no será la de despedida, sino la de la ruta Guelph - Ottawa - Montreal -aunque ya estoy en el aeropuerto, pero tiene más sentido contar el último viaje antes de despedirme-. Una de las pocas cosas que me faltaban por hacer en tierras americanas era el típico road trip tan explotado en muchas películas; y como casi siempre suele ocurrir, los planes de última hora son los que mejor resultan.

Salimos por la tarde noche de Guelph y por suerte Levi estaba muy cansado, con lo que pude hacerme con el volante y tragarme unas 6 horas de carreteras infinitamente rectas que, sin embargo, disfruté como una niña de sus zapatos nuevos; es lo que tiene llevar 4 meses sin conducir para una adicta al volante, ¡que hasta llevar un coche automático te hace ilusión! Solo eché en falta mi musiquita con su correspondiente actuación al estilo «como si me jugara la estancia en la academia» -como bien dice un grupo de Facebook-. Y al fin llegamos a Ottawa -después de perdernos gracias a la maravillosa señalización que abunda por estos lugares- a las 2 de la mañana.
Pero el tiempo nos obsequió con un bonito día a la mañana siguiente y nos hicimos una ruta turística «como Dios manda». Solo os diré que es una ciudad subestimada en desmedida. Todo el mundo me preguntaba antes de venir que por qué iba a ver Ottawa, insinuando que no había nada que ver allí aún siendo la capital del país, pero aquí os dejo unas fotitos para que juzguéis por vosotros mismos. A mí me encantó.

 En toda ciudad importante hay una China Town con su correspondiente puerta.
 En pleno centro de la ciudad

 Al fondo parte del Ayuntamiento y abajo el canal.

 Me encantó esta especie de rama metálica inmensa

 El río que separa Ontario y Quebec por el norte y al fondo el ayuntamiento.

 Unas gradas con vistas al río una estatuda de... alguien...

 Vistas desde abajo, a orillas del río

 Una iglesia con torres de metal y... ¡una araña gigante!

 El Ayuntamiento y una bola de fuego en el centro de la fuente.

 El puente que lleva a la provincia de Quebec.

 El único oso que he visto en Canadá

 Las banderas de todas las provincias (o comunidades si lo comparamos con la organización de España).

 El canal que da al río

Y si a esa bonita combinación de diferentes estilos arquitectónicos y piezas artísticas contemporáneas integrados con sutileza con una cuidada naturaleza le añadimos una salida por la noche… ¿qué más se puede pedir? El problema fue que, para una sola vez que cantan el número de la papeleta que me dieron a la entrada del bar y me toca algo, resulta ser un par de entradas para un concierto de Bon Jovi en no sé qué fecha de verano… ¡me encanta! Por fin me toca algo por simple azar y tengo que acabar revendiéndoselo a una de las chicas que venía con nosotros por 5 dólares… qué triste.

Al día siguiente teníamos que salir del hotel a las 12 -en el cual, por cierto, había un grupo de unos 20 españoles, de esos de los que no están en crisis, vamos-, así que con todo el cansancio en nuestros cuerpos cogimos nuestros bártulos y para el coche de nuevo, esta vez hacia Montreal. Esta ciudad, por el contrario, me pareció estar un poco sobrestimada. Quizás porque era el sábado antes de Pascua y estaba casi todo cerrado; quizás porque podría haber pasado por una ciudad europea cualquiera; quizás porque la parte antigua estaba en obras; quizás porque no fuimos a hacer turismo propiamente dicho; o quizás porque el día estaba nada más que feillo. El caso es que lo que más disfruté fue la salida nocturna -sí, por segunda noche consecutiva, lo cual no acabaría ese día…-. Y otra vez corriendo por la mañana para dejar el hostal a tiempo.








Cuando ya volvíamos para Guelph nos desviamos por una carretera que transcurre junto al río St. Lawrencen -por lo visto río San Lorenzo en español- que hace de frontera natural entre Canadá y Estados Unidos y que conecta el Océano Atlántico con el Lago Ontario. Hay una zona ya en la provincia de Ontario que se llama «las mil islas» precisamente por tener un grandísimo número de islotes en el río, con sus correspondientes casitas de pijos que no quiero ni imaginarme cuánto costarán. El caso es que es una preciosidad. Al fin puedo volverme tranquila diciendo que he visto esa parte de Canadá que a tanta gente cautiva: la naturaleza.

 Lo que se ve en frente es parte de Estados Unidos

 Perdonad el enfoque pero la tuve que hacer en marcha

 Investigando, investigando, encontré este curioso rinconcito con su silla y todo

Muchas prisas, muchas conversaciones interesantes, muchas vueltas a los mapas,  varios desayunos grasientos-americanos en restaurantes de carretera y muchas fotos -para explotar mi inversión en la cámara, más que nada- fueron el resultado de un viaje de carretera perfecto para acabar mi estancia aquí.


PD: Probablemente me dejo algo en el tintero, pero el aeropuerto no es el lugar de mayor inspiración a pesar de que me he aislado un poco con mis auriculares.
¡Mañana ya piso tierra española! :D