miércoles, 24 de noviembre de 2010

105 días después

La tarde estaba nublada y el sol empezaba a ponerse. Un día cualquiera en un pueblo cualquiera. Emprendíamos la vuelta a casa entre risas y cuchicheos cuando, de pronto, el sosiego del momento se vio perturbado por el agudo sonar de las sirenas.
-¿Son esos los bomberos? -Murmuré extrañada-.

Aceleramos el paso hasta llegar al lugar donde empezaba a concentrarse la multitud. Sin embargo, la escena se mostraba extraña. La gente permanecía en relativo silencio, aun con rostros de inquietud e incertidumbre; el objeto del alboroto no parecía estar a la vista; y los bomberos no parecían bomberos. Ni humo, ni gritos, ni llantos…

El inmenso vehículo cortaba toda la calle, pero no parecía resultar un problema, pues todo permanecía estático. La gente, el tráfico, el viento, incluso la puesta de sol parecía haber decelerado. Los únicos que conservaban su veloz movimiento eran los operarios vestidos de negro que bajaban de aquello que, definitivamente, no era un coche de bomberos.
Se dirigían hacia unos de los pasadizos que unía una bocacalle principal con la plaza central de un grupo de edificios, pero resultaba imposible avistar nada de lo que ocurría dentro. Parecía como si la mismísima oscuridad de las tinieblas hubiera teñido el interior de aquel pasadizo.

Mi abuelo se encontraba a mi lado, contemplando la situación con la misma perplejidad y vacilación que el resto de los transeúntes. Al fin, desde nuestra posición pude alcanzar a ver los únicos instrumentos de los que pretendían servirse aquellos hombres de negro. Tubos metálicos con forma de cápsula, no muy alargados y del tamaño adecuado para poder llevarlos bajo el brazo. Y en medio del contraste de velocidades mis ojos diferenciaron algo que destacaba sobre el color metalizado: una señal de aspas negras sobre un fondo amarillo. Al unísono, una voz cercana procedente de entre la multitud materializó con palabras mi propio pensamiento.
-¡La señal de peligro radiactivo!

Como si de una película se tratara, mi vista se nubló para dejar paso al flash de una imagen en mi cabeza en la que un objeto blanco y ovalado caía de las manos de un par de chiquillos, desprendiendo a su vez un intenso color verdoso. Al volver en mí, mi mirada se clavó en el extremo opuesto de la inquieta multitud. Eran mi madre y mi abuela, que igualmente curiosas por el sonido de las sirenas, se habían acercado hasta el lugar. Ambas estaban de puntillas, intentando sortear al corpulento hombre cuyo cuerpo les impedía alcanzar a ver lo que estaba pasando.

En aquel momento, todo el escenario pareció recobrar la velocidad que había perdido minutos antes. Mi mirada fija. De repente, aquel hombre de cabeza rapada y camiseta blanca que se encontraba justo delante de ellas se desplomó sobre el asfalto. En su cabeza comenzó a abrirse, de punta a punta, una brecha que dejaba al descubierto el sangriento cráneo, al mismo tiempo que el tronco se incorporaba y levantaba la cabeza, dejando ver la mirada que finalmente desvelaría la trama.

Y entonces, entre el caos que comenzaba a detonar en aquel preciso instante, la escena volvió a congelarse, mientras mi cerebro llevaba a cabo, en cuestión de décimas de segundo, el razonamiento necesario.

-Corre. Ambas están demasiado cerca de él y no podrás llegar a tiempo. Agarra a tu abuelo y corre. No, no será capaz de alcanzar el ritmo. Los abuelos al menos ya han vivido. A tu madre no la puedes dejar. Tienes que llegar. Como sea. Corre.








¡DESPIERTA!


¡¿En serio, Paloma?! ¡¿En serio?! ¡¿Zombis?! ¡¿Habrá cosas siniestras con las que soñar que sean más de tu interés que los zombis?! ¡¡¿Y justo después de haberte tragado Aladdin en vez de Resident Evil?!! Esto solo lleva a dos conclusiones claras:
1. Todo es culpa de Rafa porque a mí siempre me han parecido un poco patéticos los zombis, pero es que a él le encantan y se sabe la Guía de supervivencia zombi casi de memoria. Además, siempre anda diciéndome que la caseta sería un lugar ideal para refugiarse en caso de invasión…
2. Mi vida real proporciona tan poca acción a mi cerebro que el pobre se está enganchando a la acción que ofrecen las pesadillas cual drogata al jaco.


P. D.: Y no, la pesadilla no es la parte de que haya zombis, es la parte del razonamiento mental, que para algo es la última escena (todos sabemos que las pesadillas siempre culminan en el momento de mayor tensión). Pobres abuelos…

6 comentarios:

  1. Dada mi experiencia salvando el mundo de los zombies dia si dia también diria que te encuentras ante el 1º error de novato, ya que los zombies no corren mas que unos abuelos ...
    Si es que no sabe y se preocupa por ná !

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  2. Buah, me ha hecho contener la respiración y todo, Palo. Muy buen ritmo y muy buena ambientación :D

    Mis sueños no son tan curraos, o al menos no los recuerdo tan bien. Y nunca sueño con zombies :(

    Por cierto, un Freud de la vida se frotaría las manos leyéndolo, pero de eso yonontiendo.

    Un abrazo gordo, palomidad.

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  3. Huy, perdone usted la inadecuación terminológica!! :P Tendría que haber dicho "infectados" en vez de "zombis"...

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  4. Correcto. Muy bien.

    PD: Te has pasado de friki ...

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  5. gracias por poner el fondo blanco... la madre q te parió

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  6. 105 dias es lo k tardas en actualizar verdad?

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