domingo, 19 de septiembre de 2010

Ese "fascinante" mundo llamado Universidad

Antes de venirme, cuando se lo contaba a la gente, todo el mundo decía “¡anda tía, qué suerte! ¡A Canadá a trabajar en una universidad!” Pero lo que no sabían –y en parte tampoco yo- es que esa frase no es del todo cierta. Lo que sí es verdad es que estoy en Canadá, pero ya lo de la suerte y lo de trabajar en una universidad son aspectos cuestionables.

En primer lugar, dejar claro que esta oportunidad que a mí me han ofrecido no ha sido cuestión de suerte, ha sido una mera casualidad –o en todo caso la respuesta del universo a mi constante insistencia-. Todos me preguntan “¿pero eso qué es, una beca? ¿Cómo lo has conseguido?” Pues bien, esto no es una beca. Ya no. Resulta que este puesto era el que ocupaban las personas que obtenían la beca del Lectorado del AECID, los cuales además, por cosas de la vida, me he podido enterar de que no solo cobraban un poquito más de lo que voy a cobrar yo de la universidad –sí, me bajaron el sueldo antes de venir unos $200-, sino que además recibían mensualmente una suma de 1.800€ –a modo de beca- procedente del AECID. Vaya suerte la mía, ¿no?
Volviendo al caso, la Universidad de Guelph, al verse sin convenio renovado por parte del AECID en pleno mayo, simplemente tiró de los contactos que tenía, véase, la Universidad de Málaga. Y ahí estaba yo, no precisamente por suerte, sino por insistencia cansina a la hora de pedir toda beca habida y por haber. Claro, como todas no te las conceden, en muchas te quedas de reserva; y al estar de reserva, resulta que a veces estás en el sitio y momento adecuados para aquellos que se encuentran con imprevistos como los de Guelph.
Y el resto por lo que digo que tampoco ha sido cuestión de suerte ya lo sabéis: la ausencia de convenio con la universidad tiene como resultado que yo sea, literalmente dicho en mi cara, “el conejillo de indias”, sobre todo a la hora de tratar con la Embajada y de tener claras las condiciones de “trabajo”, lo cual nos lleva al segundo punto.

En mayo cuando me enviaron el contrato a Las Palmas para que lo firmara, la idea que pude elaborarme de lo que sería mi trabajo basándome en lo que venía escrito era, por lo visto, excesivamente imaginativa. Para empezar, en mi contrato pone que esto son unas prácticas que deben formar parte de mi programa de estudios –a pesar de haber dejado claro que yo ya he finalizado todos mis estudios y he realizado las correspondientes prácticas-. Pero vamos, que a efectos esto para mí –y para la sección de inmigración- es un trabajo, tal y como dice mi “permiso de trabajo” y no mi “permiso de estudios”. Y mientras que me paguen, para mí el nombre es lo de menos –ya me encargaré yo de adornarlo a la hora de ponerlo en el currículum-.
Sin embargo, ese aspecto en principio meramente descriptivo sobre mis funciones ha tenido sus consecuencias: he tenido que pasar por varias fases de asimilación en muy poco tiempo.
Fase de total, completa y absoluta indignación: durante las dos primeras reuniones que tenemos en la universidad me entero no solo de que el mismo trabajo que voy a hacer yo lo van a hacer también estudiantes canadienses de un Máster en Estudios Latinoamericanos que tienen ciertos conocimientos de español, sino que además nuestras funciones consisten sola y exclusivamente en seguir al pie de la letra el guión que nos proporcionan los profesores para llevar a cabo las clases –las cuales solo impartimos nosotros, es decir, no podemos decir que somos profesores como tales pero nosotros somos la única persona que se planta en clase delante de los alumnos-. Y para más inri, me asignan dos clases consecutivas en horas del nivel más bajo que tienen. Así que mi primer pensamiento fue “esta gente está malgastando el dinero trayendo a una persona nativa desde tan lejos y mi Máster en Formación del Profesorado se lo pasan por el forro”. Porque además había gente no nativa a la que le habían asignado cursos superiores.
Fase “me podría haber estado calladita”: después de hablar con los compañeros, uno de los chicos no nativos al que le habían asignado los seminarios –de práctica oral principalmente- de segundo curso se puso en contacto conmigo para ver si podíamos hacer un cambio porque no se veía preparado para tanto nivel –es de entender…-. Así que tras muchos e-mails conseguí que me cambiaran una de mis clases de primero por los seminarios que él tenía de segundo. Pero claro, todo tiene sus pros y sus contras. Sí, niveles más altos y mayor realización personal; sin embargo, eso conlleva un mayor número de horas en la Universidad y una mayor preparación previa de las clases al tener diferentes niveles, y todo cobrando lo mismo. Paso de tener que ir lunes, miércoles y viernes -en total 9 horas por semana-, a tener que ir todos los días –en el coche de San Fernando- echando 12 horas y media en total por semana.
Fase conformista: pero después de unos días te acostumbras a la situación. ¡Qué remedio! Y la cosa deja de parecer tan negra para volverse grisácea. Son más horas, pero al menos me siento más útil. Además, después de hablar con una de las que imparte las clases de segundo, hemos llegado a la conclusión de que como yo no tengo el mismo contrato que los TA (asistentes de profesor = estudiantes de Máster) yo sí que puedo poner más de mi parte en las clases y modificar actividades según mi criterio. Es verdad que todo esto conlleva más trabajo, pero tampoco es que tenga yo mucho que hacer por estos lares.

Para las próximas entradas ya os iré contando las anécdotas con mis clases. Hasta ahora solo estoy impartiendo las de primero, pero ya mañana empiezo los seminarios. A ver con qué personajes me encuentro.
Solo os diré que tener tu propia oficina en la Universidad es... ¿Cómo decirlo? ¡Ah, sí! ¡La polla! :D Bueno vale, es compartida con una persona más, pero aún así es increíble.

PS: Siento el retraso, pero estoy teniendo problemas con Internet, y como es fin de semana mis caseros se han ido, así que estoy robando conexión como puedo.

4 comentarios:

  1. no me ha quedado muy claro, ¿eres muchimillonaria?

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  2. No, él lo era. Él recibía los 1.800€ de beca todos los meses más los $1.800 dólares mensuales de la universidad. Yo solo recibo los $1.600 de la universidad (menos impuestos, claro...)

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  3. Jo palomidad, me dan envidia tus ganas de hacer cosas. Bueno, las ganas no, qur yo también las tengo, si no el hecho de que las hagas.

    Un besacoh

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  4. Paloma!!!

    Me alegro k estés en Canada. Me encantan tus entradas, al menos me alegran las tardes liverpulienses. Creia k te habias pillao la beca de auxiliar pa Canadá, pero veo k no. Yo toy con la beca en Liverpool, lidiando con niños de 8 a 18 años.... jajaja toda una aventura! K te lo pases muy bien por allí!!!

    Un beso!!

    Javi, el de Mondavio, jajaja

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