domingo, 1 de mayo de 2011

Road trip

Como era de esperar, en la última semana, por muy libre que la haya tenido, ni de broma he tenido tiempo de sentarme a escribir… mis intenciones eran buenas pero los compromisos -y no tan compromisos- de despedida han sido inevitables. De tal manera que ayer por la noche terminé de empaquetarlo todo a eso de las 2 de la mañana, teniendo que levantarme hoy a las 7… Espero que la única consecuencia de eso sea que me hinche de dormir en el avión.

Esta entrada no será la de despedida, sino la de la ruta Guelph - Ottawa - Montreal -aunque ya estoy en el aeropuerto, pero tiene más sentido contar el último viaje antes de despedirme-. Una de las pocas cosas que me faltaban por hacer en tierras americanas era el típico road trip tan explotado en muchas películas; y como casi siempre suele ocurrir, los planes de última hora son los que mejor resultan.

Salimos por la tarde noche de Guelph y por suerte Levi estaba muy cansado, con lo que pude hacerme con el volante y tragarme unas 6 horas de carreteras infinitamente rectas que, sin embargo, disfruté como una niña de sus zapatos nuevos; es lo que tiene llevar 4 meses sin conducir para una adicta al volante, ¡que hasta llevar un coche automático te hace ilusión! Solo eché en falta mi musiquita con su correspondiente actuación al estilo «como si me jugara la estancia en la academia» -como bien dice un grupo de Facebook-. Y al fin llegamos a Ottawa -después de perdernos gracias a la maravillosa señalización que abunda por estos lugares- a las 2 de la mañana.
Pero el tiempo nos obsequió con un bonito día a la mañana siguiente y nos hicimos una ruta turística «como Dios manda». Solo os diré que es una ciudad subestimada en desmedida. Todo el mundo me preguntaba antes de venir que por qué iba a ver Ottawa, insinuando que no había nada que ver allí aún siendo la capital del país, pero aquí os dejo unas fotitos para que juzguéis por vosotros mismos. A mí me encantó.

 En toda ciudad importante hay una China Town con su correspondiente puerta.
 En pleno centro de la ciudad

 Al fondo parte del Ayuntamiento y abajo el canal.

 Me encantó esta especie de rama metálica inmensa

 El río que separa Ontario y Quebec por el norte y al fondo el ayuntamiento.

 Unas gradas con vistas al río una estatuda de... alguien...

 Vistas desde abajo, a orillas del río

 Una iglesia con torres de metal y... ¡una araña gigante!

 El Ayuntamiento y una bola de fuego en el centro de la fuente.

 El puente que lleva a la provincia de Quebec.

 El único oso que he visto en Canadá

 Las banderas de todas las provincias (o comunidades si lo comparamos con la organización de España).

 El canal que da al río

Y si a esa bonita combinación de diferentes estilos arquitectónicos y piezas artísticas contemporáneas integrados con sutileza con una cuidada naturaleza le añadimos una salida por la noche… ¿qué más se puede pedir? El problema fue que, para una sola vez que cantan el número de la papeleta que me dieron a la entrada del bar y me toca algo, resulta ser un par de entradas para un concierto de Bon Jovi en no sé qué fecha de verano… ¡me encanta! Por fin me toca algo por simple azar y tengo que acabar revendiéndoselo a una de las chicas que venía con nosotros por 5 dólares… qué triste.

Al día siguiente teníamos que salir del hotel a las 12 -en el cual, por cierto, había un grupo de unos 20 españoles, de esos de los que no están en crisis, vamos-, así que con todo el cansancio en nuestros cuerpos cogimos nuestros bártulos y para el coche de nuevo, esta vez hacia Montreal. Esta ciudad, por el contrario, me pareció estar un poco sobrestimada. Quizás porque era el sábado antes de Pascua y estaba casi todo cerrado; quizás porque podría haber pasado por una ciudad europea cualquiera; quizás porque la parte antigua estaba en obras; quizás porque no fuimos a hacer turismo propiamente dicho; o quizás porque el día estaba nada más que feillo. El caso es que lo que más disfruté fue la salida nocturna -sí, por segunda noche consecutiva, lo cual no acabaría ese día…-. Y otra vez corriendo por la mañana para dejar el hostal a tiempo.








Cuando ya volvíamos para Guelph nos desviamos por una carretera que transcurre junto al río St. Lawrencen -por lo visto río San Lorenzo en español- que hace de frontera natural entre Canadá y Estados Unidos y que conecta el Océano Atlántico con el Lago Ontario. Hay una zona ya en la provincia de Ontario que se llama «las mil islas» precisamente por tener un grandísimo número de islotes en el río, con sus correspondientes casitas de pijos que no quiero ni imaginarme cuánto costarán. El caso es que es una preciosidad. Al fin puedo volverme tranquila diciendo que he visto esa parte de Canadá que a tanta gente cautiva: la naturaleza.

 Lo que se ve en frente es parte de Estados Unidos

 Perdonad el enfoque pero la tuve que hacer en marcha

 Investigando, investigando, encontré este curioso rinconcito con su silla y todo

Muchas prisas, muchas conversaciones interesantes, muchas vueltas a los mapas,  varios desayunos grasientos-americanos en restaurantes de carretera y muchas fotos -para explotar mi inversión en la cámara, más que nada- fueron el resultado de un viaje de carretera perfecto para acabar mi estancia aquí.


PD: Probablemente me dejo algo en el tintero, pero el aeropuerto no es el lugar de mayor inspiración a pesar de que me he aislado un poco con mis auriculares.
¡Mañana ya piso tierra española! :D

miércoles, 27 de abril de 2011

Los exámenes finales

Son la mayor tortura y pesadilla de los alumnos, con una posterior sensación de liberación -aunque a veces no dure más de una par de semanas tras saber que uno ha suspendido-. El proceso siendo el profesor es casi al revés; la tortura llega cuando nos toca corregir.

Pero todo tiene su lado positivo, sobre todo cuando, después de un duro semestre en el que arrancar algunas sonrisas de los pétreos rostros de mis alumnos se convirtió en el segundo de mis objetivos, acaban siendo ellos los que me hacen sonreír con sus respuestas en el examen final.

Ya me había percatado con anterioridad del «salero» de algunos de mis alumnos, pero es que en el examen muchos se han explayado. Y es que conseguir que un profesor deje de corregir para ir apuntando las respuestas de sus alumnos… ¡es toda una hazaña! Sin duda, me han hecho sentirme más orgullosa que otra cosa, porque al menos han demostrado tener recursos e ingenio para salir del paso, lo cual, al fin y al cabo, resulta ser la herramienta principal cuando de aprender un nuevo idioma se trata.

Como es normal, no he podido resistir la tentación de compartir con vosotros estas lindezas, así que allá vamos. En una de las preguntas de vocabulario se les daba una definición o una frase que hacía referencia a una de las palabras estudiadas en algunas de las unidades trabajadas en clase. En particular, tenían que contestar a las siguientes:
-         cuando cambias de color el pelo, el pelo está: tintado
-         una persona que no se acuerda de nada es: olvidadiza
Esas son las palabras que deberían contestar porque son las que estaban en sus listas de vocabulario. Sin embargo, para alguien que no se ha estudiado esas listas al pie de la letra, la respuesta puede resultar casi tan abierta como para un hablante nativo que no conoce el contexto de la pregunta. Por eso, una de las alumnas cuyos abuelos son de Ecuador me escribió para la primera definición «canoso». Bueeno, vaale… aceptamos pulpo como animal de compañía. No es exactamente correcto porque para esa acción el sujeto del verbo apropiado sería el pelo y no tú, puesto que por lo general -a excepción de Richard Gere y pocos más porque sí les queda bien- nadie se cambia el color de pelo para que se vea canoso; e incluso si se lo tintaran de gris, tampoco sería correcto utilizar la palabra canoso puesto que en realidad no serían propiamente canas. En fin, divagaciones lingüísticas de estas que me gustan a mí… Lo importante es que se ganó la mitad del punto.
Por otro lado, otras dos alumnas me contestaron algo diferente: que cuando te cambias de color el pelo, este está «rubio». Pensaréis igual que pensé yo al principio, «¡No! Porque el tinte puede ser de cualquier color». Cierto, ¿pero y si os digo que estas son las dos únicas chicas que se tintan el pelo de la clase y que ambas se lo tintan de rubio? Claro, me pongo en su lugar y la respuesta tiene todo el sentido del mundo, más aún cuando las diferentes tonalidades de pelo se encontraban también en las listas. Pues ¡punto completo para mis niñas!, sobre todo por haber interpretado al pie de la letra la utilización de la segunda persona del verbo en vez de la tercera persona del impersonal en la definición.
Y por último, para la segunda definición, va una de mis alumnas y me pone que una persona que no se acuerda de nada es… «tonta». Madre mía si me tuve que reír. Solo por la risa se ganó el medio punto, y es que la verdad es que la pobre en el fondo tiene razón, porque si una persona no se acuerda de nada... algún problemilla de exceso de eco en la sesera debe de padecer.

Pasamos ahora a las preguntas personales, que como es normal son las que mejores respuestas nos van a ofrecer. Entre corchetes, como deduciréis, está lo que se me pasó por la cabeza al leer las respuestas. Que conste que os pongo las preguntas tal y como aparecen en el examen, con lo que solo haré una observación: la persona que redactó el examen decidió que era más apropiado llamar a los alumnos de Usted… eso, ante todo poniéndoles las cosas fáciles… en fin, sin comentarios.

Pregunta número 1. Cuando Usted fue a la Universidad el primer año, ¿qué extrañaba más de su casa?
-         Yo extrañaba mi perro y mi hijo mucho, cuando yo fui a la universidad.
[Dios, ¡no sabía que esta chica tenía un hijo! Segunda madre en mi clase… aunque es factible que se haya confundido].
Y dos chicas que no estaban sentadas juntas me escribieron:
-         Cuando yo fue a la universidad el primer año, yo extrañaba mi perro más porque él es mi mejor amigo.
-         Cuando yo fui a la Universidad el primer año, extrañaba más mis perros porque ellos eran (y son) mis mejores amigos :-(
[¡Sí, sí! ¡Caritas en los exámenes! Vale que durante el semestre hayamos alcanzado cierto grado de confianza, pero un poquito de por favor, que es un examen final oficial de la universidad. Eso sí, ha quedado más que constatado que el perro sigue siendo en la actualidad el mejor amigo del hombre y que por lo visto la juventud de hoy en día crea lazos afectivos más fuertes con sus perros que con sus propios padres…].

Pregunta número 3. ¿Qué recomienda Ud. Que haga una persona que quiere conocer a su alma gemela?
-         Recomiendo que ella se divierta con sus amigas y no piense sobre su alma gemela – él vendrá!
[Esta chica escuchaba las Spice Girls fijo]
-         Recomiendo que salga mucho pero cuando lo encuentra, no dé su nombre, y no coquetee la primera vez.
[Extraña combinación esta chica entre histérica miedosa y tía dura y difícil]

Y por último, pero no con respuestas menos jugosas, la mini redacción que tenían que escribir al final del examen. En ella pedían que escribieran 200 palabras sobre dos artistas hispanos, puesto que las lecturas del libro se centraban en artistas hispanos para que conocieran un poco de su vida y su obra. Aún así, les dejé que escribieran sobre cualquier artista hispano aunque no apareciera en el libro. Es decir, sí, Shakira, Ricky Martin y Enrique Iglesias estaban permitidos y por supuesto aparecieron en alguna que otra redacción. Eso sí, hubo un alma de cátaro a la que se le fue la cabeza por completo y me escribió sobre Eminem y las hermanas Olsen… suerte tuvo que me estaba divirtiendo con todos los exámenes y decidí ser buena persona y darle algunos puntos por precisión gramatical. Otras tres respuestas que se han merecido un lugar en esta entrada son:
-         [Hablando sobre Frida Kahlo]: Muchos de sus pinturas fueron ‘portraits’ de su propía cara. Es decir que Frida Kahlo era un pocito loco.
[«Frida era un pocito loco»… ahí es cuando yo me imagino un pequeño pozo con la cabeza de Frida y el cuerpo de un monigote al estilo ¡Cuánto cabrón!, dando vueltas y bailando a lo loco…]
-         Dalí era un hombre loco. El quería matar, desobedeser y causar angustia.
[¡Dios! Esta niña debió de haber comprado la versión gore del libro de texto…]
-         Antoni Gaudí era un artista muy famoso. Era un hombre creativo y siempre tenía muchas ideas. Con los demás, a veces portaba malamente, pero por lo tanto se llevaba bien con todo. […] Si pudiera invitar uno de ellos a mi casa, invitaría Diego Rivera porque yo creo que tendría un perspectivo interesante sobre el amor, aunque si quisiera hablar sobre el arte, invitaría Antoni Gaudí porque a mí me encanta su obra (¡hay tanto color!). A Diego preguntaría de Frida Kahlo y conversaríamos sobre la filosofía del amor, mientras si pudiera hablar con Gaudí, no diría nada sobre su vida personal, y pienso que estaría contento de hablar con mí. Recomiendo que los dos nunca dejen hacer lo que a ellos les encanta y que continuen seguir sus sueños. Luego, diría “buenas noches” y me acostaría.
[Porque en el enunciado se les pedía que escribieran sobre a quién invitarían a su casa a cenar y por qué. «Luego diría “buenas noches” y me acostaría»…  ¡Más arte no se puede tener! Creo que como persona no nativa, después de haber escrito algo tan sensato, no hay mejor manera de acabar un párrafo para decirle sutilmente -y con tono de sonrisa en la cara- a tu profesor algo así como «sabes que sé. Ahí lo llevas. Dame todos los puntitos, anda»]

Como comprenderéis, al final de tanta batalla y altibajos, voy a echar a estos chicos de menos. Conseguimos romper el gélido ambiente de las primeras semanas y acabamos no solo comiendo tartas y alfajores de los que trajeron para complementar sus presentaciones de los países hispanos, sino hasta echándonos una foto de grupo el último día entre risas porque era tarde y los de la siguiente clase ya nos miraban desde fuera con expresiones amenazantes. Y es que la mejor recompensa para un profesor es ser capaz de solucionar los problemas con los que se encuentra en el aula, conseguir llegarle a la mayoría de sus alumnos y conseguir un 100% de aprobados sin tener que inflar ni una sola nota. ¡Dios, que orgullosa me vuelvo! [Subidón de autoestima, podéis cebaros y criticarlo abiertamente xD]

Sí, les he puesto los nombres porque con mi memoria pez y mi completa nulidad para los nombres, seguro que en unos pocos meses se me olvidaban.


PD: Solo me quedan 5 días para volverme, por lo que todo lo que no he publicado hasta ahora relacionado con Canadá llegará de golpe esta semana. Es decir, próxima entrada: Road trip a Ottawa y Montreal; y la siguiente de despedida.

domingo, 17 de abril de 2011

Cuando llego a casa me gusta...


Descalzarme y liberar mis sentidos. El frío del mármol de la entrada; la suavidad del parqué del salón; y la calidez de la alfombra de la habitación, donde por fin logro deshacerme del disfraz. No hay mejor sensación que el tacto de la seda resbalando por una piel que al fin respira.
Comodidad y sensualidad en equilibrio, ideal para leer unas páginas de mi libro sentada en ese acogedor rincón del salón a la luz de las velas, mientras espero ansiosa a quien al llegar culminará mis fantasías.

¿Y a ti, qué te gusta hacer -en solo 500 caracteres- cuando llegas a casa?

Un curioso concurso del la cadena Womens' Secret en el que por fin se premia la creatividad en vez de cualquier otra chorrada. Mañana publican a los ganadores. :)



PD: Mañana el examen de mis niños y consecutivos días de correcciones. Ya compartiré con vosotros las perlas que me escriban en la redacción de 200 palabras que tienen que hacer en la última pregunta.

sábado, 2 de abril de 2011

De libros y librerías

La mayoría de las personas viajeras tienen un objeto fetiche: tazas, imanes, postales, chapas, camisetas, lápices, llaveros, matrículas… ese objeto del que traerse un ejemplar de recuerdo de los lugares visitados. Como algunos ya sabréis, el mío es el libro. Una de mis aficiones es traerme, mínimo, un libro de allá donde vaya -siempre y cuando lo encuentre en alguno de los idiomas que conozco, claro está-. En el caso de Canadá hay algo tremendamente positivo para alimentar mi afición, y es que el estar aquí me facilita -sin tener que recurrir al frío Internet- comprar las versiones originales; porque con la última traducción que leí, la de El Retrato de Dorian Grey, me quería cortar las venas, y eso que ni siquiera he leído el original. Se paga un poco más por lo general que en la red, pero el poder palpar los libros con tus propias manos, sentir la textura y el corte de las páginas, el grosor y consistencia de la cubierta, poder observar la letra utilizada, el tamaño y grosor de esta, y poder oler esa esencia a papel, rodeados de un mar de libros… tiene su encanto.

Así que por fin, gracias además a la estupenda excusa de haberme acabado el libro El habla malagueña (Alfredo Leyva) -que por cierto recomiendo enormemente, sobre todo para no olvidarnos de nuestras tradiciones lingüísticas y del riquísimo vocabulario malagueño-, después de siete (fríos) meses me decidí a ir a la librería del centro por delante de la cual pasaba casi a diario, pensaba «tengo que venir un día» y al final nunca lo hacía. La entrada es pequeña -como la tienda en sí- pero acogedora, con una presentación de los libros en las estanterías que te hace querer ir a investigar más allá y echar allí el rato que una librería se merece… Hasta que, una vez pasada la entrada y tan solo dos pasos más adelante, tu sentido del olfato empieza a verse perturbado por el terrible olor de la cocina del restaurante al cual se puede acceder desde la misma librería, por no mencionar la distracción que suponen la música y las conversaciones de las personas que están a ese otro lado, comiendo.

Una librería debe ser un sitio tranquilo y limpio donde se pueda incluso apreciar el aroma del papel y donde, sobre todo, se pueda pensar tranquilamente, porque si ya es difícil elegir cuál de los diez libros que te han requetencantado te vas a llevar finalmente -ya que no tienes ni presupuesto ni espacio para tantos-, imaginaos en un ambiente como este.

Pero una por disfrutar de los libros, lo que sea; así que con un poco de aguante de respiración y concentración auditiva, llegué hasta el final de las estanterías -porque yo soy de las que les gusta empezar por el final-. Y cuál fue mi sorpresa al encontrarme los libros de zombis bajo la categoría «Cosas raras»… ¿Los zombis raros? Hablamos de una corriente literaria que ya existía incluso antes de que en 1839 fuera impulsada definitivamente por Allan Poe y su obra La Caída de la Casa de Usher. Un género que está hoy en día en pleno auge gracias a publicaciones como Zombi - Guía de superviviencia, Guerra mundial Z (Max Brooks), Orgullo y Prejuicio y Zombis (Seth Grahame-Smith) y, por qué no hacer un poco de publicidad compatriota, Los Caminantes (Carlos Sisí). ¡Y me lo ponéis en «Cosas raras»? No hombre, ahí la biografía de Justin Beiber que el niño ni siquiera es mayor de edad, pero los libros de zombis…

Y claro, después de ser eso lo primero que vi, lo demás ya fue de mal en peor. De manera indiscriminada tienen a casi todos los autores en la categoría de «Ficción». Y a su vez, la organización dentro de las categorías es bastante confusa -por supuesto no alfabética, o al menos no lo suficientemente alfabética-. Además, en el buen intencionado intento de aconsejar, los papelitos que colgaban de las estanterías con pequeñas recomendaciones sobre libros específicos no hacían más que confundir, no solo por la escritura a mano sino porque los libros a los que se referían, o no quedaban o no se encontraban a su lugar correspondiente -que digo yo que debería ser justo encima del papelito, ¿no? Y por si fuera poco, para mi gusto la colección era muy, pero que muy limitada para tratarse de la única librería del centro de la ciudad que además cuenta con bastante reputación.

Pero las aficiones es el que tienen y a mí  estos pequeños me pueden. Así que a pesar de todo, y después de acabar con unos cinco libros en las manos leyendo y releyendo las contraportadas y lo que no son las contraportadas para ver si en la tercera o cuarta lectura me acababa de conquistar uno más que los demás, acabé trayéndome dos a casa: Pride and Prejudice and Zombies: Dawn of the Defeated (la precuela de Orgullo y Prejuicio y Zombis) y White is for Whitching, de la jovencísima escritora británica Helen Oyeyemi, quien ya se ha ganado el reconocimiento de los críticos y el premio Somerset Maugham. Acabo de empezarlo y ya las primeras páginas con un tono de prosa narrada empiezan a embelesarme.

Allí tuve que dejarme otros como Hell: A Novel (Robert Olen Butler), Invisible (de mi queridísimo Paul Auster, a quien de hecho me ha sorprendido ver que lleva traduciendo el mismo traductor, Benito Gómez Ibáñez, desde el 2000… me tendré que leer alguna versión en español) y otros cuantos más, los típicos que dices «acuérdate del título» y nada más salir de la librería ya ni recuerdas la portada…

Eso sí, los alumnos de mi compañero que enseña italiano parece que no tienen ese problema y que siempre se pueden llevar todos los que quieren, porque hace poco más de una semana él les preguntó que cuántos libros se leían al año y sin vacilación alguna respondieron ¡que 20! Cierto es que no entienden todo lo que dice mi compañero porque no es que solo hable en italiano, sino que se le entiende mejor en italiano que en inglés; pero de ahí a confundir una pregunta tan sencilla… Y encima va el ingenuo y se lo cree. ¡Pero cómo se van a leer 20 libros al año unos estudiantes, alma de cántaro? Es ya una persona normal que no tenga que leerse y estudiarse apuntes y solo disponiendo de su tiempo libre es difícil que se lea 20 libros si quiere seguir teniendo algo de vida social, imagínate un alumno. Ay… ¡con qué descaro mienten algunos por estos lares!

Bueno, solo me queda decir que todas las recomendaciones sobre libros que os hayáis leído, estéis leyendo o tengáis pensado leer son más que bienvenidas. Porque una a veces, cegada por su tendencia hacia cierto tipo de literatura, se pierde joyitas que son de lectura obligatoria.

¡Buen fin de semana a todos!

 

domingo, 20 de marzo de 2011

¡Democracia real ya!

El final del curso es lo que tiene, que los profes estamos con el agua hasta el cuello intentando cubrir todo el temario programado, las actividades extracurriculares programas y todos los compromisos y reuniones con el Departamento, etc. Consecuentemente, las actualizaciones se demoran un poquito.

De todas maneras, con todo lo que anda pasando por este triste mundo, tampoco es que este sea el principal recurso de lectura de la mayoría de vosotros y que hayáis estado solicitando fervientemente una nueva entrada… y es comprensible. A mí también me preocupan las víctimas en Japón, la radiación «semicontrolada» y la guerra de Libia -por no mencionar las demás revueltas de la zona que, por supuesto, aún no han cesado-. Por esa misma razón, porque me importan las cosas que están sucediendo, esta entrada va a ir más allá de mis andanzas. No voy a hablar de ninguno de los problemas que acabo de mencionar porque no solo me pillan un pelín lejos, sino que además hablaría un poco desde la ignorancia de alguien que toda la información que tiene viene de los periódicos, sin conocimientos en las áreas específicas a tratar. Sin embargo, hay algo sobre lo que sí sé: mi país.

España, un país irracionalmente bipartidista -en parte por la falta de formación e implicación política de su población- donde Gobierno y oposición no hacen más que criticarse, y no de manera precisamente constructiva, en vez de trabajar en posibles soluciones a la crisis en la que llevamos sumergidos desde 2008; un país donde la economía sumergida representa del 17% al 23% del Producto Interior Bruto; un país donde se creyó que se podía vivir eternamente del ladrillo; un país donde la vivienda tiene una sobrevaloración cercana al 50%; un país donde la tasa de paro es de un 20,2%, cifra que dobla la media europea; un país donde se inyectaron 100.000 millones de euros en forma de avales a la banca para salvarla de su precaria situación -provocada por ellos mismos- y liquidar sus deudas en vez de, por ejemplo, vendiendo propiedades, y donde, sin embargo, se han suprimido las ayudas a los parados de larga duración; un país donde, a pesar de las precariedades mencionadas, parece no importar derrochar dinero para costear el uso de pinganillos en el Senado para la tan necesaria interpretación del catalán, euskera y gallego; y un país donde, para colmo, en vez de preocuparse por todos estos numerosos y serios problemas prefieren defender con uñas y dientes la controvertida ley Sinde y el canon digital que impone la SGAE, con el que «artistas» españoles de pacotilla que llegaron a la fama hace casi medio siglo gracias a una única y triste canción ya pasada de moda pretenden enriquecerse gracias al consumo de música, películas y series en su grandísima mayoría extranjeras.

Por supuesto se me pasan cosas por alto que mencionar, pero creo que las más indignantes han quedado aquí reflejadas, y los demás datos interesantes que faltan los podéis ver en este vídeo:


Por si fuera poco, nos acusan por todas partes de ser la española una sociedad «pasota» que no se preocupa por otra cosa más que de venerar a Belén Esteban y no perderse ni una del Gran Hermano X -porque obviamente ni sé por qué número van ni me interesa siquiera malgastar mi tiempo en buscarlo en Google para ofreceros datos veraces-.

No sé hasta qué punto os indigna toda esta situación a vosotros, pero a mí ya me tiene las pelotas, perdón, los ovarios, más que hinchados. Yo antes vivía con la ilusión de irme a cualquier país extranjero para mejorar el idioma y trabajar durante un tiempo para coger experiencia, ahora que ya tengo el idioma y la experiencia, vivo con la ilusión de poder volver a mi país… Pero nos echan, nos dicen que en Alemania nos necesitan, que busquemos oportunidades en el extranjero. ¡No, señor! Yo nací en España y quiero quedarme en España, que es el país que debe ofrecerme mis derechos básicos. Y ya va siendo hora de que se enteren los que se creen que controlan este sucio capitalismo llevado al extremo que los ciudadanos no estamos de acuerdo, que hemos sufrido bastante, hemos esperado bastante una solución y ya nos hemos cansado de esperar.

Por eso en esta entrada quería hablaros sobre algo que muchos llevábamos esperando como agua de mayo -y nunca mejor dicho-: la manifestación que se está organizando a nivel nacional para el 15 de mayo bajo el lema «DEMOCRACIA REAL YA», para la que por suerte ya estaré de vuelta en Málaga. Una manifestación apolítica, pacífica y cuyos manifiesto y propuestas transversales son, no solo de sentido común, sino necesarios.
El manifiesto también está en formato vídeo, para aquellos que os da más pereza leer:


Es por ello que os animo a que os unáis a la causa. Para que se escuchen nuestras voces, para que se enteren de que no estamos de acuerdo con su maldita corrupción. Muchos preguntan «¿y de qué va a servir eso? Seguro que nada cambia». Bien, ¿y de qué te sirve quedarte en casa ese domingo? Ah, claro, de apoyo a todos los que nos manjean como a marionetas. Además, os recuerdo que justo 7 días después de la manifestación son las elecciones municipales.

Toda la información sobre la convocatoria de la manifestación la tenéis en la página web, organizada y creada por ciudadanos normales con los ovarios/pelotas hinchados como tú y como yo: http://democraciarealya.es
Podéis uniros al grupo de Facebook, pero lo más importante es darle a que sí asistiréis al evento. Es algo bastante importante para la organización de la manifestación, pues es la única manera de hacer una estimación de la participación que habrá.
(De todas maneras, ya os bombardearé con vuestra correspondiente invitación al evento ;) .

España es un país singular, casi un paraíso terrenal lleno de gente y costumbres que sobre todo los que estamos fuera aprendemos a apreciar de manera especial. Es por ello que necesitamos cambiar las cosas. No dejemos que unos pocos destruyan esta maravilla de lugar.


Y con esto me despido por esta semana en la que ando más laida que la pata de un romano, esperando haber despertado el espíritu reivindicativo en la gran mayoría de vosotros.

viernes, 11 de marzo de 2011

La gran manzana: IV

¡Dios! Semana ocupada donde las haya… A pesar de que no está mal dejar un poco más de tiempo para el capítulo final con el propósito de crear expectación, confieso que no ha sido una estrategia de marketing, no ha sido a propósito. Ya a viernes por fin he sacado un rato para poder acabar con la serie neoyorquina, aunque para ello haya tenido que dejar de lado mis deberes para mañana de italiano, pero es que o la escribo esta noche o casi que se me olvidan las cosas que os quería contar je, je.

Así que como en Nueva York todos los caminos no llevan a Roma sino a Broadway y la Quinta Avenida, pues para la última que nos vamos. Esta avenida atraviesa toda la isla de Manhattan, bajando paralela a la parte este de Central Park. Desde el Upper East Side y sus más que exquisitos edificios residenciales con portero trajeado, salida techada e incluso luces-estufa en dicha salida; bajando hacia la meca de las compras para aquellos apasionados de las marcas no tanto de alta costura sino de alta popularidad; y pasando por los cuatro edificios más destacables tanto de esta avenida como de toda la isla: Rockefeller Center, Empire State, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Catedral de San Patricio.


En primer lugar, puedo decir ¡que estuve de compras en la Quinta Avenida! Vale, vale, no entré ni en una sola de las tiendas pijas por razones más que obvias, pero a todos se nos hicieron los ojos chiribitas cuando vimos a lo lejos un enorme cartel de liquidación. Así sí es posible. Efectivamente, unas Converse que me agencié por 29 dólares. Sin embargo, no sé si será porque nosotros no nos propusimos ir de compras o porque de nuevo mi frecuentemente ausente suerte no hizo acto de presencia, pero yo no vi por ningún sitio esos maravillosos ofertones de los que todo el mundo habla.

Y aquí haré un paréntesis para explicar que sí he visto buenas ofertas en rebajas en Canadá, por ejemplo, en… pues va a ser que no me acuerdo del nombre… bueno, una de estas marcas muy, muy pijas, pero a lo que iba, que si vi buenas rebajas pero no porque el precio de la prenda en cuestión fuera increíble, sino por la cantidad de dinero -del desmedido precio inicial- que te descuentan. Vamos, que al final resulta que la gente se va más contenta que unas pascuas por haber pagado lo que la prenda realmente vale, no la marca, lo cual encuentro yo en España y en toda Europa sin necesidad de estar en rebajas…

Cerramos paréntesis pues y acabamos con esta hermosa avenida. El Empire State impresiona menos de lo que uno se espera, probablemente porque se le da tanto bombo que claro, uno llega después allí y sí, es alto, pero es que los edificios de al lado son casi, casi lo mismito de altos. Además, como ya comenté en uno de los capítulos anteriores, nos ahorramos la entrada y subida al edificio dado nuestro escaso presupuesto, así que poco más tengo que contar sobre tan famoso edificio. De nuevo, foto de rigor y a seguir con el paseo; ya volveré cuando tenga dinero acompañada de algún arquitecto tipo Ted Mosby para que me pueda hacer ver tal encanto. En cuanto a la Biblioteca y la Catedral, hay una diferencia esencial que hace que se vean con ojos muy diferentes. Ambas son de arquitectura diversa a todo lo que a su alrededor se encuentra, pero la adaptación del espacio que hay entre los propios edificios y lo que los rodea hace que la Biblioteca sea un punto de entrada de luz y desahogo de la avenida, mientras que la Catedral parece que alguien la dejó caer ahí en medio sin más. ¡Esos edificios de alrededor que parece que en cualquier momento se le caen encima, y desde cuyas ventanas debe verse hasta la Piedad -por lo visto tres veces más grande que la de Miguel Ángel del Vaticano- que se encuentra dentro en algún lugar de la catecdral! En fin, que entre que una servidora se interesa poco por este tipo de arquitectura religiosa y que ya en Europa ha visto más que suficiente, pues no podéis pedir más que la foto y este par de líneas críticas.

Y bajando, bajando por la Quinta Avenida llegamos hasta el cruce con Broadway, donde encontramos el magnífico edificio Flatiron. Este es sin duda uno de mis lugares favoritos de la Gran Manzana. El edificio no solo impresiona por su forma triangular, sino porque además, para tener tal forma, es un edificio bastante alto -cuenta con 22 plantas, una altura máxima de 87 metros, de los más altos de esa zona-. Lo que realmente fascina sobre este edificio es que basta moverse un par de metros para contemplar una perspectiva completamente diferente. Es una pena que cuando nosotros lo vimos estaba muy nublado y anocheciendo, con lo que no pudimos contemplar muchos cambios de luz desde las diferentes posiciones. Mucho más elegante, sobrecogedor y encantador que el cercano edificio Chrysler, que en el fondo no parece más que una réplica «en miniatura» -una diferencia de unos 100 metros y poco- del Empire State.


De aquí nos cogemos el metro de nuevo y subimos hasta el lugar donde habíamos comenzado nuestro capítulo, la parte alta de la Quinta Avenida donde se encuentra Central Park. Nada más salir de la estación del metro, los ojos empiezan a subir en dirección al cielo atraídos por un enorme edificio que, a pesar de no serlo, en ese momento parecía incluso más alto que el Empire State. Es la plaza Colombus Circle, la entrada  sur «oficial», por así decirlo, a Central Park.


Nos adentramos en el parque y tras varios metros recorridos ya se nota la atmósfera completamente diversa con la que cuenta el parque. Es un lugar singular, un respiro entre tanto edificio. Como buena amante de los espacios verdes que soy, estaba claro que este sería otro de los favoritos de la lista. Nos recorrimos un poco más de la mitad del parque pero es que es enorme, y como teníamos que llegar al Museo Metropolitano y además yo era la única interesada realmente en ver el parque en profundidad, pues hicimos una ruta rápida por la parte sur hasta llegar a la altura del Museo.


Haciendo referencia a la escultura de Alicia en el País de las Maravillas que nos encontramos, entrar en Central Park es como abrir una puertecita en medio de tanto rascacielos y entrar en un mundo donde no reinan ni el estrés ni el bullicio. Desde luego si tuviera que vivir en Nueva York, pasaría gran parte de mi tiempo libre perdida por el parque. Por desgracia, el invierno es una estación que no hace justicia a la naturaleza, por lo que la mayoría de lo que nos íbamos encontrando a nuestro paso era nieve o árboles de hoja caduca esperando ansiosos la llegada de la primavera. Siempre he sido defensora de la naturaleza en estado puro, pero he de admitir que para lo que es esta ciudad, han hecho un muy buen trabajo con Central Park.

Deprisa y corriendo nos adentramos en el Museo Metropolitano. Y digo «deprisa y corriendo» porque a pesar de las magnitudes y la importancia de este museo, resulta que cierra a las 5:30 de la tarde. La verdad es que no se entiende, menos si cabe teniendo en cuenta que en dos horas que estuvimos dentro fue físicamente imposible ver todas las salas, aún siendo nosotros «poco cultos» artísticamente hablando. Esto se traduce en que Levi y yo, que lo más que nos parábamos era en algo que nos parecía especialmente curioso para echar una foto y leer, si eso, la etiqueta, no tuvimos tiempo de ver ni la zona de Egipto, ni la de Japón. Eso que nosotros sepamos, porque a saber qué más nos perdimos. Así que lo que os ofrezco es un micro-resumen fotográfico de lo que más nos llamó la atención -de lo que logramos ver, claro- del museo. Personalmente me pareció excesivamente... abrumador. Demasiado para verlo todo en un solo día.
Ojo que tal y como indico en el montaje, la foto en la esquina superior izquierda corresponde al Guggenheim, el cual también se encuentra en la Quinta, pocos metros más arriba del Metropolitano, con un diseño exterior bastante llamativo y diferente a los cortes rectilíneos que se imponen en el resto de la ciudad.


Y ya por último, lo que la mayoría de vosotros estaba esperando a pesar de no haberlo manifestado públicamente: ¡los cojones del toro! ;)


Con esto acaba la serie de entradas La gran manzana -al menos por el momento-. Espero que con esto hayáis podido leer y «contemplar» una perspectiva diferente sobre la ciudad más popular del mundo y que con ello hayáis, sobre todo y ante todo, disfrutado.

¡Buen fin de semana a todos!

sábado, 5 de marzo de 2011

La gran manzana: III

Y comenzamos este tercer capítulo con el grandioso distrito financiero situado al sur de la isla de Manhattan y caracterizado principalmente por la calle Wall Street y el edificio de la Bolsa, cuyo palmarés cuenta con el estallido de las dos peores crisis económicas a nivel mundial de la historia: la de 1929 y la de 2008, en la cual aún seguimos, sin duda, sumergidos a pesar de que la mayoría de mis alumnos ni sepa de su existencia…

El Distrito Financiero en sí está bastante bien, con sus numerosos edificios de diferentes cortes arquitectónicos aunque todos siempre bastante altos -obviamente- y con el Battery Park, un parque un poco… mediocre, sobre todo comparado con Central Park -que se quedará para el próximo capítulo-. En su defensa también diré que al ser invierno no estaba frondoso y eso es algo que juega mucho en contra de todos los parques. También tenemos el Bowling Park, con su correspondiente Bowling Bull -originalidad en los nombres ante todo-, que es un toro de bronce de más de 3.000 kilos y que, aparentemente, es «símbolo del agresivo optimismo y prosperidad financiera de la ciudad» -el que dijera esto era familiar de mis alumnos, fijo-. A decir verdad, la gracia del toro es que tiene talladas sus partes íntimas, por lo que suele haber más cola para hacerse fotos en su parte trasera que en su delantera. Es comprensible, no todos los días se puede uno hacer una foto tocando los cataplines de tamaño XL a un toro, y menos si este es de bronce… Yo por supuesto también me la hice, pero he pensado que os gustaría más verle la cara de «positivismo y agresividad» al toro que sus enormes partes bajas. Pero vamos, que si os empieza a reconcomer la curiosidad pues me la pedís abiertamente y yo la cuelgo en la siguiente entrada. :D

Y por último la archiconocida Wall Street. Una de las grandes decepciones de la ciudad. Es un callejón cualquiera de una ciudad europea cualquiera pero con edificios más altos que los de Europa y con miles de banderas yankis. ¡Ah! Y con un monumento de George Washington que ni siquiera compararé con cualquiera de los que se pueden encontrar en cualquiera de las susodichas ciudades. A la bolsa no entramos, de hecho, ni siquiera sé si se puede, pero a mí es que nada más que con tanta bandera por fuera pues como que no me dan ganas de entrar. Por lo tanto, si todo lo que esta calle tiene que ofrecer es esa «grandeza y poder» inmateriales, pues mi consejo es una visita de foto: llegar, disparar y a otra cosa mariposa. Y cuando digo disparar me refiero a la cámara, vaya que haya lugar a la confusión ahora que con la nueva ley esta que están aprobando en varios de sus estados se permite que todos puedan llevar armas a las universidades. Pero ya descargaré mi ira e indignación sobre ese tema cuando haya terminado con todos los capítulos sobre mi estupendo viaje.


Pues eso fue lo que nosotros hicimos, irnos de allí en cuanto tuvimos las fotos de rigor y dirigirnos hacia el parque que os comenté anteriormente, el Battery Park, desde el que se puede observar la estatua de la libertad desde una distancia bastante aceptable y desde el cual se coge el ferry que te lleva hasta la isla de la estatua. Tal ferry cuesta unos 18 dólares -sin tasas, je, je- y a los turistas se les suele aconsejar que vayan temprano porque las entradas se acaban. Efectivamente, el día que nosotros fuimos las entradas ya estaban agotadas, a pesar de que no teníamos ni la más mínima intención de coger el ferry. Y es que resulta que hay gente que aún no lo sabe, pero desde que ocurriese el atentado del 11 de septiembre, la entrada a la estatua en sí ya no está permitida; con lo cual, ¿para qué pagar ese dinero? ¿Para ver la estatua desde abajo? Pues para eso me quedo en el parquecito, de gratis -ahorrándome además el angustioso viaje para mí por agua-, le saco todo el zoom a mi querida cámara y fotaza. Y una cosa más tachada de la lista de cosas que ver y hacer en Nueva York.


¿No está mal la foto para ser desde tierra firme, no? Lo que observáis al lado es una réplica que vimos en un museo gratuito al que entramos en el Bowling Park sobre arte indígena. La verdad es que me pareció bastante ingeniosa.

Por último, lo único que queda por destacar de esta parte de la gran manzana es la zona 0, que sobra explicar nada sobre ella. Lo único que parece llamar la atención es que después de 10 años aún siga aquello como en la foto. Para una ciudad de tanto «poderío», lo mínimo que se podía esperar es un poco más de eficacia a la hora de reconstruir la zona… ¿o será que están aprovechando el interés y morbo turístico que todo aquello aún sigue suscitando?


Cambiando de ambiente, os prometí que os hablaría sobre nuestras salidas nocturnas por la ciudad que nunca duerme, así que he de cumplir mi promesa. Tuvimos la oportunidad de estar en sitios medio pijos, discotecas “latinas” -música comercial, básicamente-, discotecas gays y antros con sofás y mesas de billar con cerveza barata. ¿La verdad? Lo pasamos muy, muy bien porque Levi y yo éramos los reyes de la pista de baile, pero por lo demás, fue como salir por Málaga pero con todo más lejos y más caro; mismo ambiente dentro de los bares -y según el bar- y mismo ambiente fuera de ellos, con sus correspondientes borrachillos que van por ahí haciendo amigos. Cierto es que no fuimos al Upper East Side -zona más pija por excelencia-, donde podríamos habernos encontrado lugares de absoluta exquisitez, pero es que en Málaga tampoco suelo ir a sitios que no estén en el centro. Con todo esto a lo único que llegamos es a que se refuerza mi teoría: no importa tanto el sitio al que vas como la gente que te acompaña. Y de nuevo como con el Empire State, que habrá que volver a la ciudad con ganas de despilfarrar dinero para así ver esos lugares que sí que deben sorprender.

Para concluir con la entrada de hoy, algo que nos iba sorprendiendo a casi cada paso que dábamos, y no hay más fotos porque una se cansa de fotografiar siempre lo mismo por muy «curioso/pedante/hortera/patético» -os lo dejo a libre elección- que parezca. Águilas. Tal y como Levi y yo acabamos bautizándolas: «orgullosas águilas americanas». Águilas por todas partes, con el pecho fuera, la cabeza bien alta y normalmente con las alas desplegadas en posición de ataque: ese es el símbolo estadounidense.

 
Unos la veneran por estar en la bandera, otros por ser supuesto símbolo de libertad. Sea la razón que sea, resulta bastante irónico este águila calva (nombre de la especie), cuyo hábitat original se extiende desde Alaska hasta México -lo que viene a ser todo el territorio de EE.UU.-, se encuentre en peligro de extinción. Ser símbolo nacional de un país de tal magnitud y encontrarse en peligro de extinción en su propia tierra… cruel destino…

Y con esto me despido en esta penúltima entrega sobre nuestras andanzas neoyorquinas. Para el capítulo final veremos toda la arquitectura que falta como el Empire State, el edificio Flatiron y la plaza Colombus Circle, además de Central Park y el Museo Metropolitano.


PD: Por si alguno de vosotros ha pensado «¡qué pequeñas se ven las fotos!» y no ha probado a pinchar en ellas -como uno que yo me sé-, por favor, hacedlo. Así podréis ver los montajes en tamaño original e incluso acercarlos con el zoom en aquellos en los que se pueda por la resolución del montaje. ;)

martes, 1 de marzo de 2011

La gran manzana: II

Segundo día en la ciudad que nunca duerme y nuestro primer plan es llegarnos hasta el aclamado Puente de Brooklyn. Para ello nos recorrimos gran parte de susodicho barrio; y como ya os he contado anteriormente, Brooklyn es un lugar singular, con divisiones de barrios bastante acentuadas y con lugares pintorescos que ya aparecían en el montaje de la primera entrada. Sin embargo, he de confesar que a pesar de encontrarme en el país de las libertades blah, blah, blah, nunca me hubiera esperado encontrarme algo así:


Sí, ¿cómo se os queda el cuerpo? ¡Y no es la única! Ni muchísimo menos, pero claro, a un alma extranjera proveniente de la arquitectónica e históricamente católica Europa pues estas cosas le “chocan” -aunque más que chocar lo que me provocó fue una risa que casi no consigo centrar la foto-. Como siempre nos dicen, hay que verlo todo en este mundo, así que, ale, una cosa más que tacho de mi lista aunque ni siquiera estuviera en ella.

Por suerte no nos llevó mucho llegar hasta el puente, donde el matiz ya empezó a cambiar. Al principio (en mi caso dirección Brooklyn-Manhattan), los laterales del puente se encuentran tapados por estas paredes sólidas de chapa típicas de las obras, y entre eso y la brisita del polo que corría por allí, poco tardamos en empezar a blasfemar. Hasta que se hizo la luz en los laterales y nos tragamos nuestras palabras.
El frío dejó de sentirse tan frío gracias a la subida de adrenalina, y la euforia de las fotos tomó el control de nuestros actos; porque es que estando allí, ni 50 fotos parecen suficientes para captar todo el esplendor del momento. Aún así yo solo os dejo aquí una, una de las mejores que me dio tiempo a sacar, porque después de unas 10 fotos uno de los nuestros salió corriendo hacia el otro extremo del puente como alma que lleva el diablo… se le estarían congelando hasta las neuronas, o no apreciaría el momento lo suficiente, vete tú a saber. Yo lo que sé que es un recorrido que merece la pena, sobre todo en dicha dirección, y a mí por ese panorama no me importa pasar frío unos minutitos más.


¡Vaya vistas! Bonitas donde las haya -y eso que estaba el día nublado-. Mucho mejores probablemente que las que se pueden observar desde el Empire State. Y digo «probablemente» porque a pesar de haber cambiado de estatus de «estudiante» a «profesora», el adjetivo que en mi situación acompaña a ambos es «pobre», con lo cual de subir al Empire State nanai de la China; por ahora nos conformaremos con las bonitas fotos que hay en San Google de la gente que sí se puede permitir desembolsar los 36 dólares (más impuestos, cómo no) que cuesta subir al piso 102 de ese edificio.

Una vez en el otro lado, y después de las pertinentes -y ridículas, por muy disimuladas que sean- sacudidas para entrar en calor, nos dirigimos hacia las dos pequeñas ciudades más famosas sin ni siquiera darnos cuenta de que estábamos al lado del edificio Flatiron. Una pena que se quedara para el último día porque tendréis que esperar al correspondiente capítulo.
Y allí que nos encontramos, como si de repente hubiéramos cruzado un agujero negro sin darnos cuenta y hubiésemos aterrizado de golpe en la mismísima Italia. Colores en las paredes al más puro estilo mediterráneo; jolgorio de voces a un volumen mucho más familiar que el anglosajón de ultratumba; restaurantes con nombres que empiezan con “Casa di…”,  “Mamma…”, “Ristorante il…”, etc.; estatuitas de cocineros gordos con cara amigable y bonachona y una pizarrita en la mano con el menú del día escrito en la entrada de cada restaurante; y el correspondiente camarero trajeado captador de clientes en plena calle con su acento italiano más que marcado.

Sin embargo, el encanto de Little Italy se acaba pronto. Solo un par de calles más allá de repente te vuelves a “teletransportar”, pero esta vez a un sitio no solo turístico con restaurantes, sino a una ciudad de verdad, donde viven sus ciudadanos reales, y donde se encuentran las mismas cosas -supongo, porque nunca he estado- que en se encontrarían en el lugar del que es réplica. China Town es más que una atracción turística. China Town es un lugar donde la gente vive, compra y se relaciona como si estuviera en su propio país. El inglés desaparece por completo y en las calles se respira un ajetreo digno de ver. Todo, absolutamente todo es chino y está en chino. Sin duda algo admirable por parte de esta comunidad, que no solo ha logrado apropiarse de una zona de lo que mucha gente denominaría como la capital mundial, sino que además lo han hecho conservando su lengua y su cultura, no como los "latinos" -que dejaré para otro momento-.
Un par de cosas que destacar: los «susurradores» que van por las calles ofreciéndote llevarte a un sótano donde puedes comprar imitaciones de todas esas marcas pijas que nombraría si conociera los nombres, y ¡los maravillosos perritos caliente en forma de flor que probé! Madre del amor hermoso, ¡qué ricos! Y yo que no había probado eso nunca…


Y cuando empieza a caer la noche hay que dejarse de tanto paisaje y dirigirse a la luz: a Times Square. Pero esta vez de ruta por las tiendas. Esos maravillosos almacenes a lo grande -como todo en Estados Unidos- en los que uno le da rienda suelta a su alma infantil y se deja llevar de un lado a otro con una sonrisa involuntaria y medio estúpida dibujada en la cara. Casi el paso inferior a DisneyWorld ja, ja.

La tienda Lego, con una pared llena de aperturas redondas de las que te puedes servir una infinidad de piezas de diferentes tamaños, formas y colores, como si de una tienda de chucherías se tratara, por no nombrar las maravillas que hay ahí dentro construidas con pizas de "jueguete".


La tienda de M&Ms. De mis favoritas a pesar de que no me gustan especialmente estos chocolatitos -ya muchos conocéis mi tendencia por lo salado-. Pero es que las mascotas son tan graciosas… y es todo tan colorido… El caso es que cuando fui a echarme una bolsita con algunos de los miles de colores de M&Ms que había dentro de tubos expendedores en las paredes, ya se me pasó un poco el entusiasmo al ver que una onza (unos 450 gramos) estaba a 12,95 dólares sin tasas. Lo que me alegré de no ser adicta a los M&Ms…


Y por último ToysRus y la tienda de juguetes Fao Schwarz, con su enorme piano táctil que no llegué a tocar por pereza de quitarme las botas -qué vergüenza ahora que lo pienso-, con esos monigotes raros que descubrí y que me encantaron -como todo lo raro-, y con esas sección de Barbie que es que no tiene palabras. Un pase de modelos mecánico de Barbie; un futbolín de Barbie hecho a mano, con solo 10 ejemplares en el mundo, por el módico precio de 29,999 dólares -sin tasas de nuevo, por supuesto je, je-; y con ese castillo rosa -el rosa más rosa que os podáis imaginar, como el de Bubu de Bola de Dragón- de dos plantas con su museo de Barbies de todas las épocas, estilos e incluso… ¡de la saga Crepúsculo!



Y ya hoy estaréis satisfechos de fotos, ¿no? Así que lo dejamos aquí -porque además es tardecillo y no voy a dormir ni 5 horas-. En el próximo capítulo: Wall Street, la Estatua de la Libertad, la vida nocturna en Manhattan y un detalle curioso que dejo en el aire. ;)