domingo, 20 de marzo de 2011

¡Democracia real ya!

El final del curso es lo que tiene, que los profes estamos con el agua hasta el cuello intentando cubrir todo el temario programado, las actividades extracurriculares programas y todos los compromisos y reuniones con el Departamento, etc. Consecuentemente, las actualizaciones se demoran un poquito.

De todas maneras, con todo lo que anda pasando por este triste mundo, tampoco es que este sea el principal recurso de lectura de la mayoría de vosotros y que hayáis estado solicitando fervientemente una nueva entrada… y es comprensible. A mí también me preocupan las víctimas en Japón, la radiación «semicontrolada» y la guerra de Libia -por no mencionar las demás revueltas de la zona que, por supuesto, aún no han cesado-. Por esa misma razón, porque me importan las cosas que están sucediendo, esta entrada va a ir más allá de mis andanzas. No voy a hablar de ninguno de los problemas que acabo de mencionar porque no solo me pillan un pelín lejos, sino que además hablaría un poco desde la ignorancia de alguien que toda la información que tiene viene de los periódicos, sin conocimientos en las áreas específicas a tratar. Sin embargo, hay algo sobre lo que sí sé: mi país.

España, un país irracionalmente bipartidista -en parte por la falta de formación e implicación política de su población- donde Gobierno y oposición no hacen más que criticarse, y no de manera precisamente constructiva, en vez de trabajar en posibles soluciones a la crisis en la que llevamos sumergidos desde 2008; un país donde la economía sumergida representa del 17% al 23% del Producto Interior Bruto; un país donde se creyó que se podía vivir eternamente del ladrillo; un país donde la vivienda tiene una sobrevaloración cercana al 50%; un país donde la tasa de paro es de un 20,2%, cifra que dobla la media europea; un país donde se inyectaron 100.000 millones de euros en forma de avales a la banca para salvarla de su precaria situación -provocada por ellos mismos- y liquidar sus deudas en vez de, por ejemplo, vendiendo propiedades, y donde, sin embargo, se han suprimido las ayudas a los parados de larga duración; un país donde, a pesar de las precariedades mencionadas, parece no importar derrochar dinero para costear el uso de pinganillos en el Senado para la tan necesaria interpretación del catalán, euskera y gallego; y un país donde, para colmo, en vez de preocuparse por todos estos numerosos y serios problemas prefieren defender con uñas y dientes la controvertida ley Sinde y el canon digital que impone la SGAE, con el que «artistas» españoles de pacotilla que llegaron a la fama hace casi medio siglo gracias a una única y triste canción ya pasada de moda pretenden enriquecerse gracias al consumo de música, películas y series en su grandísima mayoría extranjeras.

Por supuesto se me pasan cosas por alto que mencionar, pero creo que las más indignantes han quedado aquí reflejadas, y los demás datos interesantes que faltan los podéis ver en este vídeo:


Por si fuera poco, nos acusan por todas partes de ser la española una sociedad «pasota» que no se preocupa por otra cosa más que de venerar a Belén Esteban y no perderse ni una del Gran Hermano X -porque obviamente ni sé por qué número van ni me interesa siquiera malgastar mi tiempo en buscarlo en Google para ofreceros datos veraces-.

No sé hasta qué punto os indigna toda esta situación a vosotros, pero a mí ya me tiene las pelotas, perdón, los ovarios, más que hinchados. Yo antes vivía con la ilusión de irme a cualquier país extranjero para mejorar el idioma y trabajar durante un tiempo para coger experiencia, ahora que ya tengo el idioma y la experiencia, vivo con la ilusión de poder volver a mi país… Pero nos echan, nos dicen que en Alemania nos necesitan, que busquemos oportunidades en el extranjero. ¡No, señor! Yo nací en España y quiero quedarme en España, que es el país que debe ofrecerme mis derechos básicos. Y ya va siendo hora de que se enteren los que se creen que controlan este sucio capitalismo llevado al extremo que los ciudadanos no estamos de acuerdo, que hemos sufrido bastante, hemos esperado bastante una solución y ya nos hemos cansado de esperar.

Por eso en esta entrada quería hablaros sobre algo que muchos llevábamos esperando como agua de mayo -y nunca mejor dicho-: la manifestación que se está organizando a nivel nacional para el 15 de mayo bajo el lema «DEMOCRACIA REAL YA», para la que por suerte ya estaré de vuelta en Málaga. Una manifestación apolítica, pacífica y cuyos manifiesto y propuestas transversales son, no solo de sentido común, sino necesarios.
El manifiesto también está en formato vídeo, para aquellos que os da más pereza leer:


Es por ello que os animo a que os unáis a la causa. Para que se escuchen nuestras voces, para que se enteren de que no estamos de acuerdo con su maldita corrupción. Muchos preguntan «¿y de qué va a servir eso? Seguro que nada cambia». Bien, ¿y de qué te sirve quedarte en casa ese domingo? Ah, claro, de apoyo a todos los que nos manjean como a marionetas. Además, os recuerdo que justo 7 días después de la manifestación son las elecciones municipales.

Toda la información sobre la convocatoria de la manifestación la tenéis en la página web, organizada y creada por ciudadanos normales con los ovarios/pelotas hinchados como tú y como yo: http://democraciarealya.es
Podéis uniros al grupo de Facebook, pero lo más importante es darle a que sí asistiréis al evento. Es algo bastante importante para la organización de la manifestación, pues es la única manera de hacer una estimación de la participación que habrá.
(De todas maneras, ya os bombardearé con vuestra correspondiente invitación al evento ;) .

España es un país singular, casi un paraíso terrenal lleno de gente y costumbres que sobre todo los que estamos fuera aprendemos a apreciar de manera especial. Es por ello que necesitamos cambiar las cosas. No dejemos que unos pocos destruyan esta maravilla de lugar.


Y con esto me despido por esta semana en la que ando más laida que la pata de un romano, esperando haber despertado el espíritu reivindicativo en la gran mayoría de vosotros.

viernes, 11 de marzo de 2011

La gran manzana: IV

¡Dios! Semana ocupada donde las haya… A pesar de que no está mal dejar un poco más de tiempo para el capítulo final con el propósito de crear expectación, confieso que no ha sido una estrategia de marketing, no ha sido a propósito. Ya a viernes por fin he sacado un rato para poder acabar con la serie neoyorquina, aunque para ello haya tenido que dejar de lado mis deberes para mañana de italiano, pero es que o la escribo esta noche o casi que se me olvidan las cosas que os quería contar je, je.

Así que como en Nueva York todos los caminos no llevan a Roma sino a Broadway y la Quinta Avenida, pues para la última que nos vamos. Esta avenida atraviesa toda la isla de Manhattan, bajando paralela a la parte este de Central Park. Desde el Upper East Side y sus más que exquisitos edificios residenciales con portero trajeado, salida techada e incluso luces-estufa en dicha salida; bajando hacia la meca de las compras para aquellos apasionados de las marcas no tanto de alta costura sino de alta popularidad; y pasando por los cuatro edificios más destacables tanto de esta avenida como de toda la isla: Rockefeller Center, Empire State, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Catedral de San Patricio.


En primer lugar, puedo decir ¡que estuve de compras en la Quinta Avenida! Vale, vale, no entré ni en una sola de las tiendas pijas por razones más que obvias, pero a todos se nos hicieron los ojos chiribitas cuando vimos a lo lejos un enorme cartel de liquidación. Así sí es posible. Efectivamente, unas Converse que me agencié por 29 dólares. Sin embargo, no sé si será porque nosotros no nos propusimos ir de compras o porque de nuevo mi frecuentemente ausente suerte no hizo acto de presencia, pero yo no vi por ningún sitio esos maravillosos ofertones de los que todo el mundo habla.

Y aquí haré un paréntesis para explicar que sí he visto buenas ofertas en rebajas en Canadá, por ejemplo, en… pues va a ser que no me acuerdo del nombre… bueno, una de estas marcas muy, muy pijas, pero a lo que iba, que si vi buenas rebajas pero no porque el precio de la prenda en cuestión fuera increíble, sino por la cantidad de dinero -del desmedido precio inicial- que te descuentan. Vamos, que al final resulta que la gente se va más contenta que unas pascuas por haber pagado lo que la prenda realmente vale, no la marca, lo cual encuentro yo en España y en toda Europa sin necesidad de estar en rebajas…

Cerramos paréntesis pues y acabamos con esta hermosa avenida. El Empire State impresiona menos de lo que uno se espera, probablemente porque se le da tanto bombo que claro, uno llega después allí y sí, es alto, pero es que los edificios de al lado son casi, casi lo mismito de altos. Además, como ya comenté en uno de los capítulos anteriores, nos ahorramos la entrada y subida al edificio dado nuestro escaso presupuesto, así que poco más tengo que contar sobre tan famoso edificio. De nuevo, foto de rigor y a seguir con el paseo; ya volveré cuando tenga dinero acompañada de algún arquitecto tipo Ted Mosby para que me pueda hacer ver tal encanto. En cuanto a la Biblioteca y la Catedral, hay una diferencia esencial que hace que se vean con ojos muy diferentes. Ambas son de arquitectura diversa a todo lo que a su alrededor se encuentra, pero la adaptación del espacio que hay entre los propios edificios y lo que los rodea hace que la Biblioteca sea un punto de entrada de luz y desahogo de la avenida, mientras que la Catedral parece que alguien la dejó caer ahí en medio sin más. ¡Esos edificios de alrededor que parece que en cualquier momento se le caen encima, y desde cuyas ventanas debe verse hasta la Piedad -por lo visto tres veces más grande que la de Miguel Ángel del Vaticano- que se encuentra dentro en algún lugar de la catecdral! En fin, que entre que una servidora se interesa poco por este tipo de arquitectura religiosa y que ya en Europa ha visto más que suficiente, pues no podéis pedir más que la foto y este par de líneas críticas.

Y bajando, bajando por la Quinta Avenida llegamos hasta el cruce con Broadway, donde encontramos el magnífico edificio Flatiron. Este es sin duda uno de mis lugares favoritos de la Gran Manzana. El edificio no solo impresiona por su forma triangular, sino porque además, para tener tal forma, es un edificio bastante alto -cuenta con 22 plantas, una altura máxima de 87 metros, de los más altos de esa zona-. Lo que realmente fascina sobre este edificio es que basta moverse un par de metros para contemplar una perspectiva completamente diferente. Es una pena que cuando nosotros lo vimos estaba muy nublado y anocheciendo, con lo que no pudimos contemplar muchos cambios de luz desde las diferentes posiciones. Mucho más elegante, sobrecogedor y encantador que el cercano edificio Chrysler, que en el fondo no parece más que una réplica «en miniatura» -una diferencia de unos 100 metros y poco- del Empire State.


De aquí nos cogemos el metro de nuevo y subimos hasta el lugar donde habíamos comenzado nuestro capítulo, la parte alta de la Quinta Avenida donde se encuentra Central Park. Nada más salir de la estación del metro, los ojos empiezan a subir en dirección al cielo atraídos por un enorme edificio que, a pesar de no serlo, en ese momento parecía incluso más alto que el Empire State. Es la plaza Colombus Circle, la entrada  sur «oficial», por así decirlo, a Central Park.


Nos adentramos en el parque y tras varios metros recorridos ya se nota la atmósfera completamente diversa con la que cuenta el parque. Es un lugar singular, un respiro entre tanto edificio. Como buena amante de los espacios verdes que soy, estaba claro que este sería otro de los favoritos de la lista. Nos recorrimos un poco más de la mitad del parque pero es que es enorme, y como teníamos que llegar al Museo Metropolitano y además yo era la única interesada realmente en ver el parque en profundidad, pues hicimos una ruta rápida por la parte sur hasta llegar a la altura del Museo.


Haciendo referencia a la escultura de Alicia en el País de las Maravillas que nos encontramos, entrar en Central Park es como abrir una puertecita en medio de tanto rascacielos y entrar en un mundo donde no reinan ni el estrés ni el bullicio. Desde luego si tuviera que vivir en Nueva York, pasaría gran parte de mi tiempo libre perdida por el parque. Por desgracia, el invierno es una estación que no hace justicia a la naturaleza, por lo que la mayoría de lo que nos íbamos encontrando a nuestro paso era nieve o árboles de hoja caduca esperando ansiosos la llegada de la primavera. Siempre he sido defensora de la naturaleza en estado puro, pero he de admitir que para lo que es esta ciudad, han hecho un muy buen trabajo con Central Park.

Deprisa y corriendo nos adentramos en el Museo Metropolitano. Y digo «deprisa y corriendo» porque a pesar de las magnitudes y la importancia de este museo, resulta que cierra a las 5:30 de la tarde. La verdad es que no se entiende, menos si cabe teniendo en cuenta que en dos horas que estuvimos dentro fue físicamente imposible ver todas las salas, aún siendo nosotros «poco cultos» artísticamente hablando. Esto se traduce en que Levi y yo, que lo más que nos parábamos era en algo que nos parecía especialmente curioso para echar una foto y leer, si eso, la etiqueta, no tuvimos tiempo de ver ni la zona de Egipto, ni la de Japón. Eso que nosotros sepamos, porque a saber qué más nos perdimos. Así que lo que os ofrezco es un micro-resumen fotográfico de lo que más nos llamó la atención -de lo que logramos ver, claro- del museo. Personalmente me pareció excesivamente... abrumador. Demasiado para verlo todo en un solo día.
Ojo que tal y como indico en el montaje, la foto en la esquina superior izquierda corresponde al Guggenheim, el cual también se encuentra en la Quinta, pocos metros más arriba del Metropolitano, con un diseño exterior bastante llamativo y diferente a los cortes rectilíneos que se imponen en el resto de la ciudad.


Y ya por último, lo que la mayoría de vosotros estaba esperando a pesar de no haberlo manifestado públicamente: ¡los cojones del toro! ;)


Con esto acaba la serie de entradas La gran manzana -al menos por el momento-. Espero que con esto hayáis podido leer y «contemplar» una perspectiva diferente sobre la ciudad más popular del mundo y que con ello hayáis, sobre todo y ante todo, disfrutado.

¡Buen fin de semana a todos!

sábado, 5 de marzo de 2011

La gran manzana: III

Y comenzamos este tercer capítulo con el grandioso distrito financiero situado al sur de la isla de Manhattan y caracterizado principalmente por la calle Wall Street y el edificio de la Bolsa, cuyo palmarés cuenta con el estallido de las dos peores crisis económicas a nivel mundial de la historia: la de 1929 y la de 2008, en la cual aún seguimos, sin duda, sumergidos a pesar de que la mayoría de mis alumnos ni sepa de su existencia…

El Distrito Financiero en sí está bastante bien, con sus numerosos edificios de diferentes cortes arquitectónicos aunque todos siempre bastante altos -obviamente- y con el Battery Park, un parque un poco… mediocre, sobre todo comparado con Central Park -que se quedará para el próximo capítulo-. En su defensa también diré que al ser invierno no estaba frondoso y eso es algo que juega mucho en contra de todos los parques. También tenemos el Bowling Park, con su correspondiente Bowling Bull -originalidad en los nombres ante todo-, que es un toro de bronce de más de 3.000 kilos y que, aparentemente, es «símbolo del agresivo optimismo y prosperidad financiera de la ciudad» -el que dijera esto era familiar de mis alumnos, fijo-. A decir verdad, la gracia del toro es que tiene talladas sus partes íntimas, por lo que suele haber más cola para hacerse fotos en su parte trasera que en su delantera. Es comprensible, no todos los días se puede uno hacer una foto tocando los cataplines de tamaño XL a un toro, y menos si este es de bronce… Yo por supuesto también me la hice, pero he pensado que os gustaría más verle la cara de «positivismo y agresividad» al toro que sus enormes partes bajas. Pero vamos, que si os empieza a reconcomer la curiosidad pues me la pedís abiertamente y yo la cuelgo en la siguiente entrada. :D

Y por último la archiconocida Wall Street. Una de las grandes decepciones de la ciudad. Es un callejón cualquiera de una ciudad europea cualquiera pero con edificios más altos que los de Europa y con miles de banderas yankis. ¡Ah! Y con un monumento de George Washington que ni siquiera compararé con cualquiera de los que se pueden encontrar en cualquiera de las susodichas ciudades. A la bolsa no entramos, de hecho, ni siquiera sé si se puede, pero a mí es que nada más que con tanta bandera por fuera pues como que no me dan ganas de entrar. Por lo tanto, si todo lo que esta calle tiene que ofrecer es esa «grandeza y poder» inmateriales, pues mi consejo es una visita de foto: llegar, disparar y a otra cosa mariposa. Y cuando digo disparar me refiero a la cámara, vaya que haya lugar a la confusión ahora que con la nueva ley esta que están aprobando en varios de sus estados se permite que todos puedan llevar armas a las universidades. Pero ya descargaré mi ira e indignación sobre ese tema cuando haya terminado con todos los capítulos sobre mi estupendo viaje.


Pues eso fue lo que nosotros hicimos, irnos de allí en cuanto tuvimos las fotos de rigor y dirigirnos hacia el parque que os comenté anteriormente, el Battery Park, desde el que se puede observar la estatua de la libertad desde una distancia bastante aceptable y desde el cual se coge el ferry que te lleva hasta la isla de la estatua. Tal ferry cuesta unos 18 dólares -sin tasas, je, je- y a los turistas se les suele aconsejar que vayan temprano porque las entradas se acaban. Efectivamente, el día que nosotros fuimos las entradas ya estaban agotadas, a pesar de que no teníamos ni la más mínima intención de coger el ferry. Y es que resulta que hay gente que aún no lo sabe, pero desde que ocurriese el atentado del 11 de septiembre, la entrada a la estatua en sí ya no está permitida; con lo cual, ¿para qué pagar ese dinero? ¿Para ver la estatua desde abajo? Pues para eso me quedo en el parquecito, de gratis -ahorrándome además el angustioso viaje para mí por agua-, le saco todo el zoom a mi querida cámara y fotaza. Y una cosa más tachada de la lista de cosas que ver y hacer en Nueva York.


¿No está mal la foto para ser desde tierra firme, no? Lo que observáis al lado es una réplica que vimos en un museo gratuito al que entramos en el Bowling Park sobre arte indígena. La verdad es que me pareció bastante ingeniosa.

Por último, lo único que queda por destacar de esta parte de la gran manzana es la zona 0, que sobra explicar nada sobre ella. Lo único que parece llamar la atención es que después de 10 años aún siga aquello como en la foto. Para una ciudad de tanto «poderío», lo mínimo que se podía esperar es un poco más de eficacia a la hora de reconstruir la zona… ¿o será que están aprovechando el interés y morbo turístico que todo aquello aún sigue suscitando?


Cambiando de ambiente, os prometí que os hablaría sobre nuestras salidas nocturnas por la ciudad que nunca duerme, así que he de cumplir mi promesa. Tuvimos la oportunidad de estar en sitios medio pijos, discotecas “latinas” -música comercial, básicamente-, discotecas gays y antros con sofás y mesas de billar con cerveza barata. ¿La verdad? Lo pasamos muy, muy bien porque Levi y yo éramos los reyes de la pista de baile, pero por lo demás, fue como salir por Málaga pero con todo más lejos y más caro; mismo ambiente dentro de los bares -y según el bar- y mismo ambiente fuera de ellos, con sus correspondientes borrachillos que van por ahí haciendo amigos. Cierto es que no fuimos al Upper East Side -zona más pija por excelencia-, donde podríamos habernos encontrado lugares de absoluta exquisitez, pero es que en Málaga tampoco suelo ir a sitios que no estén en el centro. Con todo esto a lo único que llegamos es a que se refuerza mi teoría: no importa tanto el sitio al que vas como la gente que te acompaña. Y de nuevo como con el Empire State, que habrá que volver a la ciudad con ganas de despilfarrar dinero para así ver esos lugares que sí que deben sorprender.

Para concluir con la entrada de hoy, algo que nos iba sorprendiendo a casi cada paso que dábamos, y no hay más fotos porque una se cansa de fotografiar siempre lo mismo por muy «curioso/pedante/hortera/patético» -os lo dejo a libre elección- que parezca. Águilas. Tal y como Levi y yo acabamos bautizándolas: «orgullosas águilas americanas». Águilas por todas partes, con el pecho fuera, la cabeza bien alta y normalmente con las alas desplegadas en posición de ataque: ese es el símbolo estadounidense.

 
Unos la veneran por estar en la bandera, otros por ser supuesto símbolo de libertad. Sea la razón que sea, resulta bastante irónico este águila calva (nombre de la especie), cuyo hábitat original se extiende desde Alaska hasta México -lo que viene a ser todo el territorio de EE.UU.-, se encuentre en peligro de extinción. Ser símbolo nacional de un país de tal magnitud y encontrarse en peligro de extinción en su propia tierra… cruel destino…

Y con esto me despido en esta penúltima entrega sobre nuestras andanzas neoyorquinas. Para el capítulo final veremos toda la arquitectura que falta como el Empire State, el edificio Flatiron y la plaza Colombus Circle, además de Central Park y el Museo Metropolitano.


PD: Por si alguno de vosotros ha pensado «¡qué pequeñas se ven las fotos!» y no ha probado a pinchar en ellas -como uno que yo me sé-, por favor, hacedlo. Así podréis ver los montajes en tamaño original e incluso acercarlos con el zoom en aquellos en los que se pueda por la resolución del montaje. ;)

martes, 1 de marzo de 2011

La gran manzana: II

Segundo día en la ciudad que nunca duerme y nuestro primer plan es llegarnos hasta el aclamado Puente de Brooklyn. Para ello nos recorrimos gran parte de susodicho barrio; y como ya os he contado anteriormente, Brooklyn es un lugar singular, con divisiones de barrios bastante acentuadas y con lugares pintorescos que ya aparecían en el montaje de la primera entrada. Sin embargo, he de confesar que a pesar de encontrarme en el país de las libertades blah, blah, blah, nunca me hubiera esperado encontrarme algo así:


Sí, ¿cómo se os queda el cuerpo? ¡Y no es la única! Ni muchísimo menos, pero claro, a un alma extranjera proveniente de la arquitectónica e históricamente católica Europa pues estas cosas le “chocan” -aunque más que chocar lo que me provocó fue una risa que casi no consigo centrar la foto-. Como siempre nos dicen, hay que verlo todo en este mundo, así que, ale, una cosa más que tacho de mi lista aunque ni siquiera estuviera en ella.

Por suerte no nos llevó mucho llegar hasta el puente, donde el matiz ya empezó a cambiar. Al principio (en mi caso dirección Brooklyn-Manhattan), los laterales del puente se encuentran tapados por estas paredes sólidas de chapa típicas de las obras, y entre eso y la brisita del polo que corría por allí, poco tardamos en empezar a blasfemar. Hasta que se hizo la luz en los laterales y nos tragamos nuestras palabras.
El frío dejó de sentirse tan frío gracias a la subida de adrenalina, y la euforia de las fotos tomó el control de nuestros actos; porque es que estando allí, ni 50 fotos parecen suficientes para captar todo el esplendor del momento. Aún así yo solo os dejo aquí una, una de las mejores que me dio tiempo a sacar, porque después de unas 10 fotos uno de los nuestros salió corriendo hacia el otro extremo del puente como alma que lleva el diablo… se le estarían congelando hasta las neuronas, o no apreciaría el momento lo suficiente, vete tú a saber. Yo lo que sé que es un recorrido que merece la pena, sobre todo en dicha dirección, y a mí por ese panorama no me importa pasar frío unos minutitos más.


¡Vaya vistas! Bonitas donde las haya -y eso que estaba el día nublado-. Mucho mejores probablemente que las que se pueden observar desde el Empire State. Y digo «probablemente» porque a pesar de haber cambiado de estatus de «estudiante» a «profesora», el adjetivo que en mi situación acompaña a ambos es «pobre», con lo cual de subir al Empire State nanai de la China; por ahora nos conformaremos con las bonitas fotos que hay en San Google de la gente que sí se puede permitir desembolsar los 36 dólares (más impuestos, cómo no) que cuesta subir al piso 102 de ese edificio.

Una vez en el otro lado, y después de las pertinentes -y ridículas, por muy disimuladas que sean- sacudidas para entrar en calor, nos dirigimos hacia las dos pequeñas ciudades más famosas sin ni siquiera darnos cuenta de que estábamos al lado del edificio Flatiron. Una pena que se quedara para el último día porque tendréis que esperar al correspondiente capítulo.
Y allí que nos encontramos, como si de repente hubiéramos cruzado un agujero negro sin darnos cuenta y hubiésemos aterrizado de golpe en la mismísima Italia. Colores en las paredes al más puro estilo mediterráneo; jolgorio de voces a un volumen mucho más familiar que el anglosajón de ultratumba; restaurantes con nombres que empiezan con “Casa di…”,  “Mamma…”, “Ristorante il…”, etc.; estatuitas de cocineros gordos con cara amigable y bonachona y una pizarrita en la mano con el menú del día escrito en la entrada de cada restaurante; y el correspondiente camarero trajeado captador de clientes en plena calle con su acento italiano más que marcado.

Sin embargo, el encanto de Little Italy se acaba pronto. Solo un par de calles más allá de repente te vuelves a “teletransportar”, pero esta vez a un sitio no solo turístico con restaurantes, sino a una ciudad de verdad, donde viven sus ciudadanos reales, y donde se encuentran las mismas cosas -supongo, porque nunca he estado- que en se encontrarían en el lugar del que es réplica. China Town es más que una atracción turística. China Town es un lugar donde la gente vive, compra y se relaciona como si estuviera en su propio país. El inglés desaparece por completo y en las calles se respira un ajetreo digno de ver. Todo, absolutamente todo es chino y está en chino. Sin duda algo admirable por parte de esta comunidad, que no solo ha logrado apropiarse de una zona de lo que mucha gente denominaría como la capital mundial, sino que además lo han hecho conservando su lengua y su cultura, no como los "latinos" -que dejaré para otro momento-.
Un par de cosas que destacar: los «susurradores» que van por las calles ofreciéndote llevarte a un sótano donde puedes comprar imitaciones de todas esas marcas pijas que nombraría si conociera los nombres, y ¡los maravillosos perritos caliente en forma de flor que probé! Madre del amor hermoso, ¡qué ricos! Y yo que no había probado eso nunca…


Y cuando empieza a caer la noche hay que dejarse de tanto paisaje y dirigirse a la luz: a Times Square. Pero esta vez de ruta por las tiendas. Esos maravillosos almacenes a lo grande -como todo en Estados Unidos- en los que uno le da rienda suelta a su alma infantil y se deja llevar de un lado a otro con una sonrisa involuntaria y medio estúpida dibujada en la cara. Casi el paso inferior a DisneyWorld ja, ja.

La tienda Lego, con una pared llena de aperturas redondas de las que te puedes servir una infinidad de piezas de diferentes tamaños, formas y colores, como si de una tienda de chucherías se tratara, por no nombrar las maravillas que hay ahí dentro construidas con pizas de "jueguete".


La tienda de M&Ms. De mis favoritas a pesar de que no me gustan especialmente estos chocolatitos -ya muchos conocéis mi tendencia por lo salado-. Pero es que las mascotas son tan graciosas… y es todo tan colorido… El caso es que cuando fui a echarme una bolsita con algunos de los miles de colores de M&Ms que había dentro de tubos expendedores en las paredes, ya se me pasó un poco el entusiasmo al ver que una onza (unos 450 gramos) estaba a 12,95 dólares sin tasas. Lo que me alegré de no ser adicta a los M&Ms…


Y por último ToysRus y la tienda de juguetes Fao Schwarz, con su enorme piano táctil que no llegué a tocar por pereza de quitarme las botas -qué vergüenza ahora que lo pienso-, con esos monigotes raros que descubrí y que me encantaron -como todo lo raro-, y con esas sección de Barbie que es que no tiene palabras. Un pase de modelos mecánico de Barbie; un futbolín de Barbie hecho a mano, con solo 10 ejemplares en el mundo, por el módico precio de 29,999 dólares -sin tasas de nuevo, por supuesto je, je-; y con ese castillo rosa -el rosa más rosa que os podáis imaginar, como el de Bubu de Bola de Dragón- de dos plantas con su museo de Barbies de todas las épocas, estilos e incluso… ¡de la saga Crepúsculo!



Y ya hoy estaréis satisfechos de fotos, ¿no? Así que lo dejamos aquí -porque además es tardecillo y no voy a dormir ni 5 horas-. En el próximo capítulo: Wall Street, la Estatua de la Libertad, la vida nocturna en Manhattan y un detalle curioso que dejo en el aire. ;)